martes, 1 de enero de 2008

LOUIS POIRIER

Julien Gracq, o Louis Poirier, su nombre real, fue un escritor difícil de obra y trato, la primera por una dificultad hecha de una mezcla insólita, la densidad narrativa de Proust con la superestructura metafórica de Rimbaud; la segunda por despliegues como ese delicioso panfleto titulado “la literatura en el estómago” , donde no dejaba títere con cabeza: Escuchen si no: “Así como cuando sale el toro a la plaza, vemos con frecuencia, en efecto, que la "salida" de un nuevo escritor nos depara el penoso espectáculo de un depauperado jamelgo que intenta alzar lúgubremente la grupa en medio de un estrépito teatral de látigos circenses... poca cosa hay que hacer: basta con dar una vuelta a la pista;el matalón huele la cuadra como el mejor y corre hacia su pesebre; sólo sirve ya para chacharear, para meter el hocico en algún jurado literario donde a su vez cocinará al año siguiente algún nuevo "pollino" de flaqueantes patas y dientes largos. (Ya que saco a colación los premios literarios, y con el sumo recelo con que debe solicitarse su intervención en los lugares públicos, me permito señalar a la policía, que reprime en principio los atentados contra el pudor, que va siendo hora de poner término al deplorable espectáculo de ciertos "escritores" erguidos sobre sus cuartos traseros, y a quienes un puñado de sádicos atraen en las calles con cualquier cosa: una botella de vino, un camembert.) Sí, la crítica, los nuevos autores, los escritores-funcionario, los premios, en fin, todo sale mal parado de ese encuentro. Julien Gracq tuvo de compañeros de viaje al surrealismo (sobretodo Bretón,), al comunismo( le dijo adiós tras la firma del pacto alemán-soviético), y a algunos inclasificables como Lautremont, Novalis o Poe, vástagos en fin cada uno a su manera del romanticismo alemán y precursores del surrealismo. La prosa de Gracq fluye con lentitud y la carga simbólica es siempre alta; podría decirse de él, como de Proust o Benet, que crea un aire enrarecido, pero de gran belleza. Si escuchan el comienzo de “los ojos del bosque”, pueden hacerse una idea bastante aproximada de lo que quiero decir. Y es el mismo Gracq el que nos da una metáfora poderosa al decir “…el Mosa parecía más lento y sombrío, como si se deslizara sobre un lecho de hojas podridas.” Gracq era un artesano de la palabra que amaba el silencio de la composición y la fábrica imaginativa que desplegaba en páginas de absoluto control técnico.No quieran ver en él más que un escritor de verdad. Tan de verdad que fue por la vida rechazando premios y admirándose de que cualquiera pudiera hablar sin ton ni son de cosas que para él, un creador tan minucioso, fueron siempre un absoluto misterio. Miren sus palabras: “[...] Cuando uno observa, sin participar, sin entrar en el juego, una conversación literaria, experimenta con un leve vértigo la impresión de que por lo menos la mitad de los que están hablando son daltónicos que hacen "como si": hablan y hablan sin parar de cosas que no perciben ni siquiera literalmente, que no percibirán nunca; no obstante, se forman de ellas una especie de imagen inmunizadora, con ese olfato propio de los ciegos: pueden dar vueltas en torno al tema, y la conversación discurre, cómoda, entre los precipicios, como el sonámbulo por el alero.” Puede que hubiera pensado lo mismo de estas palabras que ahora le dedicamos.

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