lunes, 31 de diciembre de 2007
LAS RUINAS DE LA INTELIGENCIA
Dijo una vez Jaime Gil de Biedma que más que poeta él habría preferido ser poema, y con ello aludía, creo yo, al destino de los escritores que habiendo creado un personaje son luego devorados por él.En efecto, a mí también me dan ganas de quedarme a vivir en los poemas de Biedma, poemas de construcción perfecta y sereno clasicismo ya en la distancia. Y digo en la distancia, porque a ras de verso los poemas de este hombre son todo menos modelos de serenidad, utopía a la que entre copa y cuerpo el poeta no deja,eso sí, de aspirar. Sus fuentes son variadísimas: W.H.Auden, T.S.Eliot, Jorge Guillén, Luis Cernuda, los cancioneros medievales, la poesía cortesana, la antología palatina…y su misma vida de hombre de negocios o de leyes, directivo de empresa o lo que fuera que hacía mientras no escribía, pues el venero del que brota su poesía es la experiencia o las experiencias de un hombre corriente que habla un lenguaje culto pero informal:esa sería grosso modo su definición de clasicismo y elegancia formal que él aprendió de sus modelos ingleses y franceses. Biedma era un poeta de gestión lenta, los versos se entremezclaban con los días y duraban tanto como éstos-este efecto le permitió decir que al menos daban un tono de veracidad a lo escrito-. En total, tres libros de poemas, unos diarios, un par de libros de ensayo –uno magnífico sobre Jorge Guillén-, y unas traducciones principalmente del inglés. Esta es la obra completa de un escritor escaso a propósito, cuyo proceso de decantación se fue haciendo cada vez más y más lento hasta llegar a la anulación del mismo escritor: ya el poeta se había vuelto poema. De su generación será sin duda el más recordado y leído-quizá sólo Gabriel Ferrater esté a su altura- y sus poemas serán considerados clásicos cuando sus compañeros de viaje hayan sido ya olvidados. De él escribió José Agustín Goytisolo unas líneas memorables en el poema Bolero para Jaime Gil de Biedma, que empezaba así: “A ti te pasa algo/ yo entiendo de estas cosas…” Sí, le pasaba algo, y es que nunca se pudo acostumbrar a este pueblo de cabreros donde la homosexualidad-como en el caso de Cernuda o Lorca- era un estigma impronunciable. Pero no sólo eso, la banalidad y la mala educación, el odio a la cultura y a todo lo elevado, algo que en sus frecuentes estancias fuera había llegado a creer que ya no habitaba entre nosotros. Y luego también, algo intangible que él diagnosticó a la perfección en su amigo Ferrater: con los mismos defectos y menor inteligencia habría sido feliz. Y es que la sabiduría es sólo "un punto de vista", como dijo Proust, o como escribió el mismo Biedma : “un orden de vivir”.
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