sábado, 1 de diciembre de 2007

MALCOLM LOWRY

Una sola novela y un destino contumaz: perder el único manuscrito y volver a escribirlo desde el principio. Para eso se necesita una virtud clásica: areté. No me pidan que traduzca esa palabra intraducible;mezclaría la delicadeza de Alonso Quijano con la determinación del bachiller Carrasco. En el prólogo a la edición americana, Stephen Spender, el gran poeta, escribió:” Principalmente “Bajo el volcán” trata de la demolición de los valores en el siglo XX. Así como el rey Lear trata de la caída del poder visto a través de los ojos hechos trizas de un rey, así “Bajo el volcán” habla del destino de Europa, una Europa sacudida por la guerra civil española", y esto a través de los ojos del cónsul Geoffrey Firmin”. Bueno, no está mal. Kurosawa habría dicho que “Ran” es la metáfora de un Japón hecho harapos por las luchas intestinas. Baste con saber que es la historia de un borracho en México.Quizá los oyentes más curiosos quieran verla emparentada con el “Ulysses” de Joyce o con” La tierra baldía” de T.S.Eliot. Sí, no estaría mal. Es la clase de destino que Sigbjorn Wilderness, otro alter ego de Lowry, habría matizado de la siguiente manera: “…como puedes ver , puedo afrontar perfectamente este tipo de cosas.” Seguir su correspondencia reunida bajo el título “El viaje que nunca termina” es una odisea alcohólica e intolerable: imaginen a un Ayax exhausto de tequila, ese es nuestro hombre. Y sin embargo, tras esa cortina mugrienta, hay una sintaxis diáfana y un amor por la vida que sólo de vez en cuando empaña una melancolía pegajosa y patética que haremos lo posible por disculpar. Escribir o beber, esa es la cuestión. Escribir para beber o beber para escribir.Y al fondo su cabaña, su barca, su gato y su pierna enyesada. Hay una foto de 1946, en la playa de Dollarton, en la Columbia Británica, que le describe a la perfección. En bañador, parece un cruce entre Hemingway y Dylan Thomas. Sí, algo de eso había, y también bondad y amor a la soledad, inundaciones e incendios, y “todos esos malditos manuscritos”. Ah, y un colofón digno de nuestro tiempo: “¿le gusta este jardín que es suyo? ¡evite que sus hijos lo destruyan! Eso mismo.

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