jueves, 6 de diciembre de 2007

APORÍA DE LA CIUDAD INVISIBLE

Escribe Vicente Forcadell en su libro” Salamanca, aporía de la ciudad invisible”: “Si la ciudad se ha vivido de veras,si se ha vivido no sólo en ella sino con ella, ¿qué puede decirse de la ciudad que no sea demasiado íntimo como para decirlo? “ Parece una buena razón para callar. Y sin embargo, Salamanca, aunque últimamente haya cambiado en exceso, según algunos que la conocen y conocieron bien, fue la ciudad de nuestra juventud y merece ser recordada aquí ahora, aunque sea de paso y dejando a un lado lo excesivamente íntimo. Salamanca tiene dos caras: es una ciudad recogida y provinciana, con bares de tapas excelentes y una población autóctona acostumbrada a la calma de una modernidad sin comercio y una multitud de estudiantes foráneos que alquilan sus pisos destartalados a precios abusivos; pero es también dos o tres rincones hermosísimos y una luz de frío incomparable. Entre una y otra el viajero común sólo hallará la primera y parte de la segunda. Lo que distingue o podría distinguir a Salamanca del resto es algo que no puedo darles en estas páginas; está hecho de la materia de miles de paseos y miles de charlas, miles de copas y miles de noches. Esa ciudad ya murió, muere cada vez que un estudiante- por mucho que prolongue su estancia de modo artificial, negándose a la evidencia- pone fin a sus estudios. Ese modo de vida aislado de toda realidad, con grandes dosis de ficción y placer, muere cuando se coge el último tren a Chamartín ,ese que ya no volveremos a comprar de ida y vuelta. La verdadera Salamanca es, y siempre tuvo razón Vicente Forcadell, demasiado íntima para ser contada, pero no por pudor o exceso de recato, sino porque no coincide-excepto en minúsculos detalles- con la ciudad de cualquier otro estudiante.Y así, si yo preguntara ahora a alguno de aquellos, o a alguna, claro, que compartieron espacio y tiempo con nosotros, dudo mucho de que su relato y el mío coincidan más que en lo insubstancial. Y esa es la maravilla de las ciudades largo tiempo sentidas y presentidas, que pasan a ser parte de la personalidad y adquieren la cadencia de nuestros ojos o el matiz de nuestras manos. Mi consejo es que se pierdan en sus calles, no importa su nombre o condición; quizá vean con más claridad la cueva de Salamanca que su plaza mayor. Coman su carne y beban su vino; tal vez tengan suerte y les acompañe algo de nieve (la catedral con nieve cayendo la noche). Den un paseo en barca en el Tormes cuando sea primavera y hasta puede que siga allí aquel mesón de nombre “El corral de la Pacheca”, donde tantos domingos comíamos paella y sardinas. O puede que todo eso sólo esté ya en mi memoria y que esa ciudad esté hecha de aquellas mismas palabras de Humphrey Bogart en el “El halcón maltés”: “de la misma materia que los sueños”.

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