RUMBO A GRECIA
Antes que en los ojos yo tuve a Grecia en el oído. No me refiero, aunque es otra lectura plausible, a los diálogos de Platón o las tragedias de Esquilo, sino al nombre de una ciudad: Thesalonikí. Perdido en un laberinto de calles búlgaras, después de haber de-
positado en una maleta vieja el óbolo debido a los semidioses del lugar-en este caso en lugar de peplo y laurel vestían traje y gorra – corrí de vuelta a una estación de tren donde me aguardaban mi hermana y un amigo de infancia; habíamos sido arrancados de nuestras literas a media noche, unos en pijama,otros cabizbajos, y en fila abandonamos el vagón para iniciar una procesión de ignoradas consecuencias. Al oír en el horizonte oscuro el silbido de las máquinas, avancé hacia el lugar y me introduje en el primer tren que divisé en el andén. Ya dentro-aún lo puedo oír en la distancia brumosa del recuerdo-grité por la ventanilla a una figura indeterminada: THESALONIKÍ,THESALONIKÍ,
,THESALONIKÍ,THESALONIKÍ. Una voz surgió serena a mi lado que me dijo:
“estamos aquí, ¿qué te pasa?”. Así empieza Grecia en la memoria y continúa por una carretera de la costa en dirección sur hasta Methóni, donde nos bañamos en una playa y más tarde vimos una tormenta con rayos sobre el monte Olimpo, al fondo como un gran decorado. Después vino Delfos entre pinos y cipreses, al que llegamos en taxi bajo la lluvia, igual que si estuviéramos en una película de Angelopoulos. Recuerdo con especial delectación un pequeña construcción alejado del barullo, la dedicada a Atenea Pronaia, llamada así-etimológicamente- por estar su imagen delante del templo de Apolo. Desde Delfos descendimos hacia Atenas, donde nos hospedamos en un hostal desde el que se veía la Acrópolis a lo lejos, alta y enigmática. Unos días más tarde nos detuvimos en Eleusis, ciudad vacía al sol, donde mi amigo preguntó a los lugareños
en su griego homérico:O zálassas? O zálassas?, que aunque sigue significando mar en griego moderno sonaría a los desprevenidos eleusinos como si alguien en Maspalomas y con cara de perdido nos invocara al grito de “¿el piélago, el piélago?”. Había algo en aquellas piedras desperdigadas semejante en la memoria a Ampurias o a los versos de
“El cementerio marino” de Valéry: “El mar, el mar, siempre recomenzado!”, y que luego volveríamos a ver en Cefalonia, de ecos byronianos y en Itaca, patria de Ulises. En estas dos pequeñas islas, tan parecidas por otra parte al mediterráneo alicantino, pero con un mar malva de fondo formado por enormes cantos blancos, tan grandes como huevos de gaviota, se sentía cercana la presencia del misterio, o de esa palabra tan manoseada , lo sublime, que allí era del tamaño de lo humano, severa pero afablemente humilde. El final de nuestro viaje era Patrás, frente al Jónico, donde cogimos un barco que nos habría de llevar a Brindisi. Exhaustos y tiznados de humo de chimenea, nos dispusimos a coger el tren que nos llevaría a Nápoles, olvidando entre tribulaciones que acabábamos de hacer el mismo viaje que Virgilio y,salvando las enormes distancias, no en muchas mejores condiciones que él. Pompeya nos esperaba a unos cientos de kilómetros, pero de éso en otra ocasión.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario