EL LADO AMABLE DE JOHN COLTRANE
En este disco, recopilación de las baladas aparecidas en dos discos sobresalientes con Ellington y Johny Hartman, se nos ofrece el lado “gentle”-amable,suave,ligero,apacible-
de un tren desbocado-no hay más que ver las imágenes del concierto que dieron en Newport Coltrane y su grupo, donde parecía un caballo salvaje e indomable. Si desean entrar en John Coltrane, yo les aconsejo esta maravilla, si fuera posible, en vinilo, pues hay cadencias y capas cromáticas que no capta todavía la tecnología digital, si es que no es ese el precio que debe pagar la perfección, a saber, no captar la vida. De este hombre se ha dicho que es una de las cimas del jazz que va de los años 50 a finales de los 60; que inició un viaje desde las bandas de rhythm and blues de Eddie Vinson, Dizzy Gillespie o Johny Hodges hasta su primer lugar privilegiado: la banda de Miles Davis, su quinteto, año 1955, donde cimentó su fama en un abrir y cerrar de ojos con un solo majestuoso en el tema “Round Midnight”- no puedo dejar de acordarme de aquel solo de Hawkins en el tema Picasso, hay algo en los dos solos que apunta en una misma dirección, salvando las distancias expresivas, sólo expresivas, pues los dos podrían haber tocado en el mismo grupo sin malinterpretar uno una sola nota del otro: a eso se le llama clasicismo.
Dice el gran estudioso del jazz Joachim Berendt en el capítulo dedicado a Ornette Coleman y a John Coltrane: “La libertad armónica que Ornette Coleman poseía desde el principio…la tiene John Coltrane por haberla adquirido en el desarrollo doloroso y machacón de toda una década: desde los primeros y cautelosos intentos con Miles en 1956 hasta “Ascent” en 1965.” Eso sólo viene a probar que John Coltrane hizo de su vida una busca del estilo al que aspiraba desde siempre, como si buscara el nombre de un estilo que aún no sabía, como si buscara la fuente de una sed que aún no sentía. Tras Miles vino Thelonious Monk, y ahí Coltrane prepararía ya el asalto del modo atonal típico de los años siguientes, de ese sonido amplio, de bóveda de catedral, un sonido organístico que le recordaría el de las iglesias de su infancia en el sur, el de los espirituales negros con que se educó. Luego vendrían otros nombres: Eric Dolphy,
Pharoah Sanders, Archie Shepp, en fin, toda la troupe vanguardista de la “New Black music”, a la que Coltrane unió su música. A ellos y a su perenne indagación espiritual que le llevó a las armonías árabe e hindú, a sus instrumentos, a un himno de paz que explotó en la absoluta atonalidad de “Ascent”. Pero un año antes se había editado un disco importante: A love supreme, un disco envolvente, de una plenitud impar. Y no puede decirse Coltrane sin que acudan al oído los nombres de McCoy Tyner, Elvin Jones y Jimmy Garrison, el cuarteto en el que todo era, en palabras de Elvin Jones, años después, “telepático”, una sola indicación melódica y absoluta improvisación. No hay mejor definición del jazz: libertad más tradición, ortodoxia libertaria. Había que avanzar siempre, hasta la muerte,dos años después, en 1967. Y no todo es gloria. Escuchen lo que escribió sobre él otro autor mayúsculo, el poeta Philip Larkin, el 12 de julio de 1965, en una de sus habituales crónicas de jazz:” En primer lugar, el sonido de Coltrane…un ruido fino y agudo que puede llegar a ser tan áspero como el del oboe…y que acaba, en ocasiones, en un chillido estridente, imbuido de la frialdad típica de los pueblos escandinavos.Luego, la manera que tiene de flagelar más que de interpretar los temas:al lograr la nada desdeñable hazaña de realizar una horrible grabación de “Summertime”,…es absurdo insinuar que no sabe tocar el instrumento:…Sería más acertado, en todo caso, preguntarse si sabe qué hacer con él una vez lo ha aprendido a tocar.”
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