Esta pequeña y humilde criatura podía levantar en ocho versos la estructura intangible de una construcción espiritual de primer orden. Su educación es deudora de esa religiosidad que empapa los cuentos de Hawthorne, y también de una instrucción que le permitía leer la Eneida en el original. Si a esto unimos las condiciones de vida apartadas y silenciosas de una comunidad puritana de Massachussets, donde las visitas eran escasas y los contactos reducidísimos, tenemos el retrato de una joven que pasó casi toda su vida recluida en el estrecho círculo de su familia. Hay algo de Elisabeth Browning y algo de las hermanas Brontë en ella, pero también hay mucho de Walt Whitman e incluso de Melville. Tenía la capacidad de decir cosas que superaban con mucho el recipiente formal donde las vertía, con esa disposición tipográfica llena de guiones –igual que los usaba Sterne en su Tristram Shandy. El amor, la muerte,la resurrección, cualquiera de los temas que tocaba Emily Dickinson se cargaban de un sobrepeso que modificaba el centro de carena de la construcción, haciendo que la estrofa pareciera una pequeña embarcación a la deriva con la bodega más cargada de lo debido. Esta asimetría, que percibe cualquier lector de estos poemas-en vida de Emily fueron escasos los que ella consideró dignos de tal lectura, profesionales de la literatura casi todos-,hace que sintamos tal inestabilidad al leerlos que se hace necesaria una ab-
soluta estanqueidad de espíritu y una tibieza acendrada hacia las palabras para que la diminuta mole del edificio no se nos venga abajo. Emily preguntó una vez : "Señor Higginson: ¿está usted demasiado ocupado? ¿Podría hacerse un momento para decirme si mis poemas tienen vida?".Dámaso Alonso decía que los poemas de Juan de Yepes tenían algo que no era asible. Sí, era ese no-sé-qué-que-quedan-balbuciendo en los poemas de Emily Dickinson.
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