miércoles, 2 de enero de 2008

MARCELLO SE ACUERDA

A pesar de las apariencias de hombre de mundo, mujeriego y trasnochador, Marcello Mastroianni siempre fue en el fondo uno de esos romanos estoicos que al modo de sus antepasados habría preferido una comida frugal y un vaso de recio vino del Piamonte
antes que todas las fruslerías y afeites de las alegres noches de su oficio. Basta con ver su cara recitando un parlamento del tío Vania en la obra de Chejov, donde el protagonis-
ta evoca la belleza intemporal de un abedul moviéndose y plantado por sus manos, a la par que denosta los esfuerzos destructores del hombre, para saber que este ser elegante y pulcro es de la estirpe de Cicerón-que por cierto nació muy cerca de su casa- y Horacio, antes que de la de Marcial o Apuleyo. Trabajó con los más grandes: Visconti, -maravi-
llosa esa imagen de Vittorio Gasman sacándole –como un gato, dice Marcello-a escena en el Orestes, Fellini-en ese director en crisis, trasunto del propio Fellini, en 8 y medio-,
Etore Scola-genial en Una jornada particular-, Ferreri-adorable en Ciao,maschio-, Angelopoulos-en el Apicultor-, Oliveira- Viaje al inicio del mundo-,en fin, todos. Estamos ante un hombre afortunado, un humanista de las croquetas de arroz y la sopa de garbanzos-qué receta seca y refinadamente romana- que evocaba al final de sus vida una incansable y sinuosa letanía de aromas y lugares, citas y vivencias, todo al abrigaño de una feroz disciplina y un rigor aprendidos en los diez años primeros de trabajo en el teatro-cómo nos acordamos de Bergman-, que ve el cine como énfasis en la vista, frente al énfasis y superior énfasis en la voz de la dramaturgia, donde el cuerpo aparece entero para dar respuesta cabal de lo emitido, pues nada es el sonido sin la actitud del cuerpo.Y es curioso verle rememorar los años de la guerra-él,un hombre tan gestualmente pacífico, aunque quizás las películas nos muestren lo contrario-, esos años de infancia y juventud, enclenque y mal vestido, suplicándole a De Sica un puesto de lo que fuera en Cinecittá ,o escapándose del Instituto Geográfico-su vocación temprana-en plena guerra para ir a vender el hilo de los jerseys hechos por su madre, esos que “olían a cabra”. Dice Mastroianni en un aparte de Sí, ya me acuerdo, esa joya grabada en una estancia en Portugal para trabajar con Oliveira: “…somos unos bárbaros insensibles…” y luego apostilla, en cita de Cicerón, su paisano: “Es la suerte la que gobierna la vida, no la sabiduría”. Eso era Marcello Mastroianni, un hombre afortunado y quizás, aunque él no lo hubiera aceptado, también sabio.

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