miércoles, 23 de enero de 2008

EL LENGUAJE DE LAS RUINAS

Hay ciudades romanas desperdigadas por toda la península ibérica. Unas, de gran belleza intacta, como Mérida, otras que aún dejan mostrar algo de lo que fueron, tal Conímbriga, en Portugal; algunas son apenas un recuerdo, es el caso de Clunia, cerca de León; las hay , en fin, a medio excavar y con promesa de quizá nuevas maravillas: Segóbriga, donde cada año se celebra un festival de teatro clásico al que acuden alumnos de toda España, y por último está Itálica, no sólo hermosa en los elementos que permanecen , el anfiteatro, el teatro, sus maravillosos mosaicos, sino también con una tradición literaria que no me ha abandonado desde el instituto, cuando me impactaron aquellos versos iniciales de Rodrigo Caro, un abogado que ejerció su cargo en Sevilla, donde pasó la mayor parte de su vida. Este sevillano supo, desde su erudición y amor por unas ruinas, plasmar con absoluta perfección (al menos así se lo pareció a aquel muchacho que era yo) el tópico del tempus fugit. Decía así:

Estas, Fabio ¡ay dolor!, que ves ahora
ruínas que esparció rústico arado,
fueron un tiempo Itálica famosa.

Supongo que sería ese Fabio del primer verso el que dio pie a algunos a pensar que la Epístola moral a Fabio pudiera ser obra suya. En fin, sea de quien fuere, esos versos crearon en mí un amor nunca saciado hacia las ruinas, quién sabe si residuo o reliquia de una educación demasiado centrada en los románticos ingleses. En cualquier caso, pasear por Itálica, con un sol de justicia, y detenerse en sus mosaicos, maravillosamente preservados, en los cipreses que jalonan el camino, es un ejercicio de tinieblas. Itálica dio a Roma dos emperadores, Adriano y Trajano, y estos devolvieron a Itálica, desde Roma, parte de la grandeza adquirida, pero. ahora, esa ciudad vacía, a 7 km de Sevilla, es sólo el lugar del verso, ruina sobre ruina. Si logran pasar de Rodrigo Caro al capitán Andrada y de ahí a Francisco de Aldana o a Francisco de Medrano, el viaje habrá valido la pena.

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