viernes, 11 de enero de 2008

PROGRAMA N14

UT PICTURA POESIS


Más que con la música siempre he sentido que la poesía estaba íntimamente emparentada con la pintura, aunque sé que hay razones para sostener lo primero con igual rigor e idéntica corrección. Y sin embargo una cantata de Bach o un lied de Schubert no me dirigen hacia el poema con la misma eficacia que una naturaleza muerta de Cotán o una figura de Tiziano (el caballero del guante, por poner un ejemplo). Hay entre las líneas y los trazos una relación más profunda, a mi entender, que entre una sucesión de líneas y un motivo musical. Tras la música veo el silencio, no el verso. Y esta reflexión me lleva a otra no menos aleccionadora para mí: entre los pintores hay escritores de mucho nivel, incluso puedo atreverme a decir que entre ellos hay malos pintores y grandes escritores. No soy el primero en pensar que tras Dalí se esconde apenas un buen dibujante (el mejor desde Leonardo, decía un amigo de facultad, el mismo que me acompañó a Figueres con ocasión de la muerte del pintor y pasó horas aleccionándome sobre las reglas del dibujo y la importancia del veneno de avispa en la obtención de no sé qué tonalidad del azul) y un soberbio escritor. De otros, tan buenos en lo uno como en lo otro, he gozado páginas llenas de absoluta sabiduría poética: Chillida, Ramón Gaya, Cristino de Vera, Antonio Saura. De éste me gusta recordar lo que escribió en uno de sus ensayos recopilados en el libro Fijeza :” El pintor y el escritor parecen condenados a convertirse,cada vez más, en cómplices frente a la invasión del silencio, clamando unidos en idéntico y fascinante naufragio.” Y Tàpies en una conversación con José Angel Valente decía refiriéndose a Picasso .”Los poetas y los pintores estamos en un estado de ánimo especial que nos provoca como visiones.” No estoy pensando al escribir estas líneas en la posibilidad eternamente intuida de traducir la pintura en versos (Alberti o Williams Carlos Williams lo intentaron), más bien en la idea de que ambas artes responden a un mismo impulso: la capacidad de amoldar una experiencia a un espacio. Incluso me tienta el reto, al contemplar un cuadro de,digamos,Morandi o Klee, de rastrear los límites entre la estructura formal y los matices más secundarios, tal y como haría un poeta en una forma métrica tan exigente como el soneto, por ejemplo. No quiero decir que ataquen igual el motivo, sino que entreveo una forma parecida de mirar antes de la ejecución (aconsejo releer las páginas de Marcel en el estudio de Elstir en En busca del tiempo perdido).El pintor y el poeta (más o menos científicos, más o menos espontáneos) parecen recorrer buena parte del camino creativo juntos y a menudo nos hacen pensar si la obra a la que aspiran ambos por igual no sea un poema-cuadro tal y como lo imaginara Mallarmé. En un cuadro, donde muere la técnica nacen las palabras. No hay distancia alguna entre un poema de Trakl y una arpillera de Millares, y estoy tentado a decir que la pintura y la poesía recorren un camino inverso que desemboca en el mismo punto, pues con la dosis justa de tiempo el cuadro se desmaterializa y el poema adquiere los relieves que hacen que uno y otro converjan en la misma sonoridad estanca. En palabras de Antonio Saura:conocer el silencio.

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