sábado, 12 de enero de 2008

TEORÍA DE LOS CUERPOS


Esos versos con que se abre Las mujeres y los días, versos de Jill Jarrell, mujer del poeta, que tienen la sequedad y concisión de los de Marvell o Donne, son un buen punto de partida y un retrato excelente de este catalán logófago que viajó desde el dibujo hasta la ekfrasis y de ahí al verso con una voracidad insaciable: “Si se habla más de la cuenta/,vale más callar y ya está.” Para un tipo que empezó a escribir con más de treinta años y lo dejó hacia los cuarenta, el resultado es de una escasez que sólo hace más lógica la pregunta de por qué alguna vez escribió; para un tipo que leía a Stendhal y a Flaubert en francés a los trece y que llegó a conocer una decena de idiomas de los que tradujo entre otros a Kafka, Chomsky o Gombrovich, lo razonable es pensar que la escritura de poemas fue más un desahogo puntual que una deliberada salida a una necesidad, y quizá por eso no hay nada en ellos de esa retórica romántica y memorable que tanto detestaba, sino más bien la sintaxis parca en lujos de un Catulo visto por Brecht. Había dicho en uno de sus artículos sobre pintura: “El pintor no inventa,ordena.” Y él, que quiso ser pintor antes que poeta se limitó a seguir su propio consejo; el aire casual de muchos de los poemas de Biedma parecen de una enorme sofisticación si se los lee después de algún poema de Ferrater, que está más emparentado con Carles Riba o Aníbal Núñez que con cualquier otro poeta de la generación del 50. Se le ha comparado a Auden y a Spender, pero si uno lee “un caracol en mitad de un muro seco” el recuerdo de Montale o Valéry surge al instante. Yo creo, después de muchos años de leer sus poemas, que lo que realmente quería Ferrater era no ser el autor de los poemas de Ferrater, poder escapar entre esas líneas a un lugar menos frecuentado por “su exceso de ser inteligente”. En el fondo esos poemas son la obra de un hombre que juega a no ser él, un modo de suicidio menos definitivo que el que luego acometería. Y parece imposible, sin embargo, que esa depuración haya llegado sin haber escrito toneladas, tal un cepillado interno,pues escribe lo justo sin ser austero,con una paleta justa en lo poco, como si el arte viniera por agotamiento de unas formas dilapidadas previamente. Ferrater debió de cansarse mucho de las palabras para llegar a esos poemas, hubo de escribir sin tregua para que se gastaran las palabras que había de decir y al fin aparecieran exhaustas y frágiles en el poema. Dice en La ciudad: “Llena de calles por donde he doblado/ para no pasar por lugares que me conocen”, y esas líneas dejan en el oído el mismo cansancio que aquel “Esto da asco.No escribiré más.” que anotó en su diario aquel otro italiano, Cesare Pavese. Acaba su libro F. Justo Navarro diciendo: “La historia de que un día, en un café de la plaza Prim de Reus, Gabriel ferrater, que entonces contaba treinta y cinco años, le anunciara a su amigo Jaime Salinas la resolución de matarse al cumplir los cincuenta (“edad a la que uno ya ha hecho todo lo que tenía que hacer”) me recuerda el principio de un cuento de Isak Dinesen en el que Angelino Santasillia, a la muerte de su amo, “tomó la resolución de que nunca más volvería a dormir. ¿Habremos de creer al narrador cuando refiera que Angelino fue fiel a su resolución? Poco importa, porque ése fue el caso”. En efecto, ése fue el caso.

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