lunes, 31 de diciembre de 2007
LAS RUINAS DE LA INTELIGENCIA
jueves, 27 de diciembre de 2007
martes, 25 de diciembre de 2007
EL VOLGA
allí el Volga dictó doce sonetos que no tiene sentido decirles ahora. Lo demás es silencio.
miércoles, 19 de diciembre de 2007
domingo, 16 de diciembre de 2007
A los cinco años Pessoa ya sabía que era otros. La cuestión de la identidad, que suele ser en lo humano obsesión recurrente, quedó así muy tempranamente despachada. Si no puedes,entonces, aspirar a la unidad, hay reductos de lo real que quedan con las tripas al aire, inasibles, dispersos para siempre. Cuando esto sucede no hay más remedio que dedicarse a la domesticación de las sucesivas neurosis bajo una propedéutica de la contención que desemboca en el arte. Vivir es, en estas condiciones, un paradigma del “como si”. Pessoa, como su nombre indica, es una incansable sucesión de máscaras que aspiran a ese orden dictado por Goethe: “Todo es símbolo”, o en palabras de Bernardo Soares, el genial creador del Livro do Desasosego: “El poeta es un fingidor”. A Pessoa se le puede buscar en Ricardo Reis, Alvaro de Campos, Alberto Caeiro, en fin, a Pessoa se le puede buscar si hacemos de nuestra búsqueda una hermenéutica de la desubicación, del reconocimiento de la univocidad entre las voces. No vale la pena. Pessoa, el hombre que atiende a ese nombre, fue un oficinista anglófilo y amante por igual de la poesía romántica inglesa y el aguardiente marca Aguia Real; vivió en Sudáfrica, estudió en Inglaterra , murió de cirrosis hepática y dejó un libro un portugués y otros varios en inglés, entre ellos uno de sonetos al modo de Tennyson. Eso es todo. El resto está hecho de palabras y es obra de autores que Portugal haría bien en reconocer como tales; sería el mejor homenaje al poeta. Qué maravilla optar por el suicidio por sintaxis, quitarse de en medio y que sea la impersonalidad la que hable por medio de sus múltiples disfraces. Que esto sea obra de un niño que ya sabía que se llamaba Chevalier de Pas es un hallazgo psicológico de primer orden. Me pregunto si no tendría en mente ese poema de Guillermo de Aquitania que decía: “Haré un poema de la pura nada/ no tratará de mí ni de otra gente…” Escribe Bernardo Soares: “E são sombras,sombras…” Fernando Pessoa era, entre copa y copa, un pitagórico que creía en la suprema correspondencia de los sones invisibles y que podría haber dicho como Ingmar Bergman escribió en Linterna mágica: “Ya está roto el espejo. Y ahora, ¿qué dicen los trozos?”.
sábado, 15 de diciembre de 2007
PROGRAMA Nº10
Qué recomendación puede haber más intempestiva que ésta que les proponemos hoy: “Antología da poesía trovadoresca galego-portuguesa” en edición de Alexandre Pinheiro Torres. Intempestiva porque estos poemillas fueron escritos entre los siglos XII y XIV y eso, para esta época nuestra hambrienta de novedades, es la prehistoria; también porque he de confesarles que no gozarán de estos poemas si no hacen el esfuerzo de instalarse en ese idioma perfecto y concluso -tan perfecto que más que un idoma era ya un género-,tan perfecto que si un poeta de Castilla quería escribir una canción de amigo enseguida se le imponía el uso del galaico-portugués, pues entre fondo y forma la ligazón era insoslayable. De entre las varias decenas de poetas que aparecen en esta antología, sin duda, mi preferido es Martim Codax, juglar de Vigo y autor de siete cantigas de amigo hermosísimas. Escuchen la número II:
Mia irmana fremosa, treides comigo
A la igreja de Vig´, u é o mar salido,
E miraremos las ondas!
Mia hermana flemosa, treides de grado
A la igreja de Vig´, u é o mar levado,
E miraremos las ondas!
A la igreja de Vig´, u é o mar salido,
E verrá i, mia madr´, o meu amigo,
E miraremos las ondas!
A la igreja de Vig´, u é o mar levado,
E verrá i, mia madr´, o meu amado,
E miraremos las ondas!
Este poema forma parte de un collar de siete cuentas donde se viaja de la ausencia a la posesión. Las cantigas van fluyendo a modo de montaje cinematográfico desde un primer encuentro o memoria de un recuerdo en el atrio de una iglesia y allí el baile con el amado hasta una invocación unitiva final con ese verso maravilloso y recurrente:
“E bañar-nos-emos nas ondas!
Danza, regreso al lugar,petición a la amiga y a la madre,contemplación del mar,noticia del regreso del amado, el baño y el regreso a la danza original. Detrás de todos estos elementos, la ciudad de Vigo (Vigo es el Dublín o la Alejandría de Martim Codax). La ciudad queda así fijada en la memoria aunque nada se diga de ella. Siglos después, en un barco mercante, Manoel Antonio, otro poeta vigués, dirá:
“Vigo está tan lonxe
que se desourentaron as cartas mariñas”
Pero Vigo está en todo el aroma de los versos de Codax.
viernes, 14 de diciembre de 2007
jueves, 6 de diciembre de 2007
APORÍA DE LA CIUDAD INVISIBLE
Escribe Vicente Forcadell en su libro” Salamanca, aporía de la ciudad invisible”: “Si la ciudad se ha vivido de veras,si se ha vivido no sólo en ella sino con ella, ¿qué puede decirse de la ciudad que no sea demasiado íntimo como para decirlo? “ Parece una buena razón para callar. Y sin embargo, Salamanca, aunque últimamente haya cambiado en exceso, según algunos que la conocen y conocieron bien, fue la ciudad de nuestra juventud y merece ser recordada aquí ahora, aunque sea de paso y dejando a un lado lo excesivamente íntimo. Salamanca tiene dos caras: es una ciudad recogida y provinciana, con bares de tapas excelentes y una población autóctona acostumbrada a la calma de una modernidad sin comercio y una multitud de estudiantes foráneos que alquilan sus pisos destartalados a precios abusivos; pero es también dos o tres rincones hermosísimos y una luz de frío incomparable. Entre una y otra el viajero común sólo hallará la primera y parte de la segunda. Lo que distingue o podría distinguir a Salamanca del resto es algo que no puedo darles en estas páginas; está hecho de la materia de miles de paseos y miles de charlas, miles de copas y miles de noches. Esa ciudad ya murió, muere cada vez que un estudiante- por mucho que prolongue su estancia de modo artificial, negándose a la evidencia- pone fin a sus estudios. Ese modo de vida aislado de toda realidad, con grandes dosis de ficción y placer, muere cuando se coge el último tren a Chamartín ,ese que ya no volveremos a comprar de ida y vuelta. La verdadera Salamanca es, y siempre tuvo razón Vicente Forcadell, demasiado íntima para ser contada, pero no por pudor o exceso de recato, sino porque no coincide-excepto en minúsculos detalles- con la ciudad de cualquier otro estudiante.Y así, si yo preguntara ahora a alguno de aquellos, o a alguna, claro, que compartieron espacio y tiempo con nosotros, dudo mucho de que su relato y el mío coincidan más que en lo insubstancial. Y esa es la maravilla de las ciudades largo tiempo sentidas y presentidas, que pasan a ser parte de la personalidad y adquieren la cadencia de nuestros ojos o el matiz de nuestras manos. Mi consejo es que se pierdan en sus calles, no importa su nombre o condición; quizá vean con más claridad la cueva de Salamanca que su plaza mayor. Coman su carne y beban su vino; tal vez tengan suerte y les acompañe algo de nieve (la catedral con nieve cayendo la noche). Den un paseo en barca en el Tormes cuando sea primavera y hasta puede que siga allí aquel mesón de nombre “El corral de la Pacheca”, donde tantos domingos comíamos paella y sardinas. O puede que todo eso sólo esté ya en mi memoria y que esa ciudad esté hecha de aquellas mismas palabras de Humphrey Bogart en el “El halcón maltés”: “de la misma materia que los sueños”.
ABBAS KIAROSTAMI
A pesar de la sencillez de las películas de Abbas Kiarostami –me refiero al resultado y a la impresión que recibe el espectador, pues en el documental “Una semana con Kiarostami” vemos las cosas de otro modo muy diferente-, no es fácil ver las películas de este realizador iraní. Sus obras, si uno no ha visto las de Jafar Panahi o Monsen Makhmalbaf, parecerían sufrir el influjo directo del cine europeo tal y como lo entendía Rossellini, por ejemplo. Si además se le coloca junto a otros creadores que parecen concebir el cine de un modo similar, dígase Víctor Erice, Angelopoulos o incluso Godard, dan ganas de incluirlo directamente en los usos y maneras de cierto cine que nace en los años 50 como resultado de Roma,citta apertá. Y sin embargo, si nos acercamos a Panahi y a Makhmalbaf, entre otros, vemos que esa lenteza de mirada y morosidad de acción procede de un sentimiento también local y personal: son el molde formal adecuadísimo para unos espacios y unos modos de vida que requieren justa -mente de esa metodología de filmación. Si en Europa es el fin de una búsqueda, en Oriente es, me parece ser, un comienzo. Sí, las películas de Kiarostami-“¿Dónde está la casa de mi amigo?”,” El sabor de las cerezas”,”A través de los olivos”, “El viento nos llevará”, cualquiera de ellas, con esos niños de mirada limpísima y esos caminos polvorientos que se enrollan sobre sí mismos para desembocar en ninguna parte, son, digo,ejercicios de afinamiento de mirada donde el único argumento es el tiempo. Depurar la visión hasta que el tiempo, el instante, la duración se nos entregue; ese es el milagro al que aspira Kiarostami. Y si al principio, uno, no demasiado avezado en esto del gran cine,se desespera y se interroga, se cansa y se aburre, abandona en fin el cine o desco-necta de la película proyectada, hay que perseverar en el intento:lo fácil que nos propone Kiarostami es dificilísimo, pero puede aprenderse. Lástima que los tiempos que vivimos no estén para sutilezas del espíritu y ese tenderete de pequeños acontecimientos que nos propone el cine iraní. Hay una escena del documental “Una semana con Kiarostami” en que éste detiene la filmación porque le parece que falta “musgo” en la escalera de una casa: el tiempo. Las películas de Kiarostami son la infancia del mundo, la prehistoria de unos modos y modales que fueron los nuestros y que me temo ya ni siquiera son los suyos. Deténganse y miren;esas películas están tan llenas de tiempo
que inevitablemente, al salir del cine, su cabeza estará,también, llena de palabras.