lunes, 12 de noviembre de 2007
Esta película crepuscular tiene en sus imágenes tanta violencia como Grupo salvaje o La huida, y sin embargo la misma delicadeza de La balada de Cable Hogue. La cara de Kris Kristofferson (Billy el Niño) enfrentada a la de James Coburn (Pat Garret) mientras se dicen estas palabras dignas de aparecer en el anecdotario de las Vidas de filósofos ilustres de Diógenes Laercio: “Los tiempos han cambiado, Billy” y la respuesta “las tiempos puede, yo no” con esa media sonrisa cómplice entre sorbo y sorbo y el humo en medio, pertenece a la memoria cinéfila de la humanidad. Este prodigio visual lo debemos a un alcohólico desastroso con tanto talento para el cine como para la autodestrucción. Cuando conseguía la dosis justa de cada uno de los componentes necesarios, las películas de Sam Peckinpah no se parecían a las de ningún otro. Pertenecen a una peculiar historia natural de la violencia, a una especie de suicidio por imágenes donde los ojos desmienten los movimientos del revólver. Cuando Billy the Kid, ya herido de muerte, dispara a un espejo, ahí en ese justo instante, Narciso ve en las aguas transparentes de la muerte el único cambio razonable. “Billy, los tiempos han cambiado” le espeta su ex compañero de correrías, Pat Garret, y Billy le responde, como un eco que acompasa el ruido de las balas y el estruendo de los cristales rotos: “Los tiempos puede, yo no”. Y un último aviso: si les apetece un western y desconfían de los tiempos que vive el cine, ni se les ocurre ir a ver esa tontada de Brad Pitt en la piel de Jesse James y diríjanse a ese otro clásico de Sam Fuller, "I shot Jesse James" , en español "Balas vengadoras". La belleza está asegurada.
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