lunes, 19 de noviembre de 2007
CRISTINO DE VERA
Los ojos de este hombre tienen la lumbre de los cuadros de Georges de la Tour.Cristino de Vera parece un cruce extraño de San Francisco y Giacometti, y sus cuadros un punto diminuto en la intersección que hubiera entre una pintura de Cezzane y una de Frai Angelico. ¿Qué hay detrás de esos cráneos, de esas rosas, de esos cuencos ?, ¿de qué ritmo interior y cabalístico nace esa secuencia de cestos sobre una mesa?, ¿a dónde se escondió el Amado de este pintor oculto? Cuenta Cristino que una vez fueron a visitarle unos amigos a su estudio a Madrid y al ver la austeridad en que vivía exclamaron “pareces un estudiante”. Para Cristino eso es un halago. Siempre será un estudiante que persigue(como Zurbarán) la belleza escondida en los pliegues de un manto de monje o en una ventana abierta con un cráneo en el alféizar. Dice de sí mismo: “Mi fondo es el de un ser asustado y solitario.” Puedo decirles que ver su obra expuesta en los sótanos de Silos (junto a Tapies y Sicilia) fue para mí una vez uno de esos lujosos momentos de la vida. Su obra está hecha de silencio y al silencio pertenece. “El tratamiento metafísico de la luz. Ese es el elemento más importante de mi pintura.” Y ahí, en esas figuras temblorosas (tal las botellas de Morandi), traspasadas -crucificadas- por la luz, se eleva toda la humildad y sencillez de un artista único. Entre un cesto y una rosa, figuras mediúmnicas , queda todo el hueco necesario, el vacío donde colocar la leyenda “ qué bien sé yo la fonte/ do mana y corre/ aunque es de noche”. Imagino a Cristino de Vera en Port Royal, meditando una línea de San Agustín, la viola da gamba desgranando a Marin Marais. Y también la muerte y las lágrimas y una eterna galleta mordida.
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