domingo, 14 de septiembre de 2008

Vicente Forcadell nos habla de Robinson Crusoe

Con la aparición en 1719 de La vida y extrañas y sorprendentes aventuras de Robinson Crusoe, de York, marinero, el paraíso fue un lugar real, tan literalmente cotidiano que la larga estancia insular podía seguirse día a día, año tras año, hasta conocer bien las rutinas del héroe. Estábamos en la piel de otro a miles de millas de distancia. Daniel Defoe había materializado la ilusión de ser otro sin padecer verdadera penalidad alguna por ello. La fábula alcanzaba el rango de documento si éramos aún ingenuos o suspendíamos voluntariamente nuestra incredulidad. La novela dejaba de ser un entretenimiento menor e inauguraba su modernidad. La presunta superchería de Defoe, que habría querido engañar a sus lectores y hacerles creer que era real lo más o menos inventado, lo convirtió en el primer explorador de los territorios de la novela moderna (aunque ningún hombre es nunca el primero), en los que el narrador ofrece a sus lectores un suave tránsito desde la realidad vivida y ya innegable, en la que se sostiene el libro en las manos, a la ilusión de realidad que ofrecen los signos impresos, una pretensión naturalizada precisamente por el signo ‘novela’ impreso en la cubierta, o en su defecto mediante marcas editoriales suficientes, que funciona como el interruptor automático de la incredulidad. Desde Defoe, a los novelistas se les permitió fingir que hablaban en serio sin que ningún lector corriente pensara que se abusaba de su buena fe. El mismo Coleridge observó que Defoe no había dotado a su héroe de ningún talento especial, que Robinson Crusoe sólo sabía hacer lo que cualquier otro se creería capaz de lograr en sus circunstancias.A partir de esta novela se podía desarrollar industrialmente una técnica del ensueño individual del lector basada en la observación, incluso prolija, de la simple vida diaria. Educado en una larga tradición de empirismo e industria, Defoe no se propuso elaborar una obra de arte sino reproducir la impresión de lo que esa tradición garantizaba como real. Defoe creía en el espesor de la realidad material que las ciencias penetraban metódicamente pero no podían atravesar, tan inextricable, colorido, amenazador e inútil (para el hombre) como las junglas de las islas desiertas de los mares del sur. Hasta las últimas sutilezas y extenuaciones de la novela psicológica burguesa en Henry James se derivarían en primer lugar del Robinson Crusoe, en una prolongación hacia el interior de los hombres de esa misma espesura exterior explorada y reconstruida por Defoe, hecha de signos humanos elementales inscritos sobre los signos de un ambiente elemental. Un solo hombre, fingiendo ser otro con determinado método, habría reunido por escrito, por primera vez, los elementos que configuraban una forma compacta y en la actualidad ampliamente extendida de sentir y vivir el mundo.

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