sábado, 20 de septiembre de 2008

VIAJE AL ROMÁNICO FRANCÉS

Si pudiera hacerse un viaje interior que uniera la perfección del capitel que enmarca la tentación de Cristo en la iglesia de Plampied , con un personaje principal casi danzante (más bien el gesto brusco del que se gira), enfrentado a un demonio que le muestra la piedra que se convertirá en pan y a otro que, al girar de la voluta, apenas se insinúa (estampa halterofílica en su plasticidad), y la gracia insuperable de una Eva tentada, que procedente de la catedral de Saint-Lazare, toma el fruto prohibido con desgana mientras mantiene viva la conversación con Adán, casi en su posición horizontal pez contra pez, danzantes acuáticos, ella con la mano a la altura de la boca queriendo abocinar el silencio o comunicar un secreto que la otra mano a la vez ejecuta, él desaparecido hoy pero atento aún in absentia a las relaciones paradigmáticas del conjunto; si pudiera viajarse desde ese capitel historiado con la muerte del Bautista, que se halla en el antiguo claustro de Saint-Etienne, en Toulouse, donde en una secuencia fílmica repleta de dinamismo vemos la cabeza del Bautista pasar de mano en mano(del verdugo a Salomé, de ésta a Herodías) y ya al final de la escena la mano lánguida de Salomé que acaricia el mentón de Herodías mientras éste, mirada ausente, come, hasta el prodigioso tímpano de la iglesia de Carennac, donde el artista divide la narración de un Cristo en gloria en períodos horizontales y verticales, habiendo usado como útil de compartimentación, o quizás teniendo en mente, la imagen de los antipendio que decoraban los lados anterior y lateral del ara; si, por último, pudiera enlazarse en un rizo interior la delicadeza de ese ángel, que, labrado en la misma piedra que se usó para el friso, eleva su derecha ingrávida mientras con la izquierda, por debajo del centro de gravedad de la cintura, sujeta la mandorla central en la iglesia de Montceaux-l¨Etoile, con el maravilloso capitel que representa los ríos y árboles del Paraíso en la antigua iglesia abacial de Cluny, -el Gehón, el Fisón,el Tigres y el Éufrates- personificados por seres desnudos con los pies dentro del agua, y, enmarcando toda la composición, el ramaje hóspito de los cuatro árboles del Paraíso: manzano, higuera,vid y olivo; si pudiera concluirse ese viaje sin haberse movido uno de su habitación de lectura o estudio, se cumplirían con creces y de una sola tacada el programa de la teología negativa, el precepto de la abstención estoica y la difícilmente resistible dulzura del adagio: “Ne te quaesiveris extra” con que Emerson da principio a su Self-reliance.

Son las imágenes, su tentación perenne, ruinas sobre ruinas en el territorio interior de la fábula que nos narra.

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