sábado, 20 de septiembre de 2008

ENTRE LASCAUX Y MI HABITACIÓN

Creer que el sueño posee la misma mecánica que el poema y puede por lo tanto prestarse al comentario de texto; un comentario donde el desenlace no es el reflejo de deseo o frustración alguna, sino la posibilidad de ver al lenguaje comportarse de idéntica manera que en la creación poética (o con un tipo de creación poética que ha privilegiado unos tropos frente a otros) es una idea tentadora. En este sentido no podía dejar de interesarme por el concepto de Jacques Lacan del inconsciente como “escritura segunda”, como “discurso del Otro”, pero un otro personal,quizá un tú, no el magma sin asideros del “ello” freudiano. Imaginen ese inconsciente como las excavaciones de Atapuerca: aquí aflora un fémur, allá una tibia, en el fondo un trozo de cráneo; imaginen un palimpsesto renacentista: arriba con maravillosos miniados el Cancionero de Baena, debajo una página olvidada del De arquitectura de Vitruvio;o imaginen a Glenn Gould interpretando las Goldberg y muy por debajo ese canturreo suyo en contrapunto o zumbido sostenido tal “ison” de la liturgia ambrosiana. Tras toda la selva freudiana pasada por el estructuralismo lingüístico-antropológico de Lacan anida una idea útil: el inconsciente usa la metáfora y la metonimia para crear un discurso paralelo (sólo a veces accesible: sueño, alteraciones del yo, “lagunas” del lenguaje como chistes, lapsus, etc).Para Lacan el acceso al mundo del significado supone la introducción del niño (después de su gigantomaquia edípica) en el ámbito de lo social; por debajo, gran cueva estalagmática, bulle hasta la permeación el subsuelo del significante. En los estados alterados de consciencia, los significantes se vuelven autorremitentes, dejan de encontrar su salida natural en lo instituido, en lo consabido. El lenguaje adquirido, de algún modo, inviste y modela la nueva consciencia,se comporta como una “trampa” desde la que lenguaje y verdad dejan de ser conmensurables. La llegada a lo simbólico-social crea una grieta entre lo real y lo inconsciente que aparentemente rellena un discurso ajeno que sigue los modos de la poética. Para el niño cabe someterse y adoptar su máscara particular de representación o flotar eternamente en la balsa amniótica de los infinitos significantes (castigo digno de Sísifo). Acceder al logos común enfrenta a un yo indeterminado con la personalidad elegida(esto lo dice a la perfección Valéry en sus Cuadernos), pero es ése el yo desde el que brotan las herramientas de creación. En el creador la grieta se abre y se cierra más o menos a voluntad, en el enfermo la empalizada es definitiva. Lo interesante es que el modo en que la neurosis apela al tropo no es muy distinto al que usa el poeta o al modo en que se hilvana un sueño; el lenguaje, en su doble estructura, nos habla como quería Saussure, pero ahora desde “fantasmas fonemáticas y formas lingüísticas rotas”. Frente al hito cartesiano cree Lacan que “yo soy más seguramente donde yo no pienso”. Para Lacan hay algo traumatizante en el proceso que conduce a la semántica, a la significación, e intuye que la respuesta (a qué pregunta) reside en el Innombrable,en aquel dios-río de la sangre rilkeano. En fin, a mí me reconcilia conmigo mismo saber que tras la tela de araña de mis sueños se esconde la misma trama nudosa del Conde Arnaldos.

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