viernes, 26 de septiembre de 2008

K.K.

Kavafis es un poeta esencialmente pictórico. Su arte emana de una capacidad sobresaliente de aunar todos los elementos de la retórica (fábula, maneras,dicción, sentimientos, decoración y música) en el paisaje –pues las ideas tienen también sus paisajes, como bien sabía un poeta muy distinto, Juan Ramón-. Kavafis parte de un episodio narrativo previo que le sirve de encaje en el que situar una acción dramática.

Esto hace que haya más semejanza entre un trozo de Esquilo que entre Kavafis y cualquiera de los poetas que le acompañan en el tiempo, sea Palamás, mayor que Kavafis, Sikelianós o Avyeris;de hecho, están más cerca del molde alejandrino éstos últimos que cualquier poema de Kavafis. Él es más de la estirpe de Donne o Chirico, un metafísico donde los personajes ejecutan una fábula interior bajo la luz artificial de una crónica antigua. Kavafis es un maestro de la forma –lo antibárbaro en arte, según Adorno-, en esa manera de envolver, como en una mandorla, la frase final que se aproxima lentamente, aterciopelada, igual que un solo de Ben Webster. No lo tuvo nunca fácil Kavafis y desde el principio poetas amigos y críticos cercanos tuvieron que defenderle de absurdas censuras y banalidades sin fin (lean las palabras que le dedica el ínclito José A. Moreno Jurado en su “Antología de poesía griega” . Es difícil hacer coincidir en el mismo párrafo un despliegue tan apabullante de ignorancia y vulgaridad.Le achaca “prosaísmo consciente”, “preocupación en demasía por temas y personajes…que entorpecen la lectura y la comprensión, procurándonos así una emoción más intelectiva que sensible”, o “ su incapacidad lírica”. En fin, es obvio que de esto último hay mucho en sus traducciones, pero no es culpa, creo yo, de Kavafis, que el conocimiento de una lengua no garantice nada a la hora de traducir obras de arte). Traduce así el comienzo de “El dios abandona a Antonio”:

Cuando se escuche de repente, a medianoche,
Pasar un cortejo invisible
Lleno de músicas y voces excelentes,
No lamentes en vano tu suerte que va cediendo, tus obras
Que han fracasado, los proyectos de tu vida
Que han resultado tan engañosos.

Yo oigo:

De repente a medianoche, si oyes
La invisible procesión que pasa
Con inusadas músicas y voces,
Tu suerte en exceso, tus obras
Fracasadas no deplores vanamente.

Si no se capta la sucesión enfática del ritmo, cansino a veces, velocísimo otras en los encabalgamientos, el modo en que Kavafis recoge una palabra inicial (o su aire, por ejemplo, el “antilambanontai” del poema “Pero los sabios lo venidero” que reaparece al final en el “eulabeîs”; o ese “epáno” del poema “Orofernes” que aparece en el primer verso designando el lugar en que aparece su rostro en la moneda y luego a mitad del poema en el movimiento salvaje de “júziken epáno” (se abalanzó sobre el trono); si no se ve cómo Kavafis envuelve la fábula en el esqueleto de una anécdota para saltar de lo concreto a lo eterno, no se entiende nada. Tuvo que pasar mucho tiempo Kavafis contemplando las historias del mármol; en ellas, como quería Vitruvio, se dan los cinco elementos de la gran arquitectura: orden, distribución,proporción, simetría y adecuación. No está mal para un oficinista del Ministerio de Obras Públicas, en el Servicio de Riegos.

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