viernes, 3 de octubre de 2008

JUAN DE YEPES

Dice el Beato Juan Ruysbroeck en el comienzo de uno de sus poemas: “Silencio tenebroso/ donde quedan perdidos todos los que aman.”; dicta Ángela de Foligno en el capítulo IX de su Libro de la vida: “Realmente fue dicho con más ternura de cómo lo dices tú. Apenas reconozco lo que dices.”; escribe Enrique Herp en su Directorio de contemplativos, capítulo 58, el titulado Triple manifestación de la luz: “ El ojo espiritual…se levanta de nuevo a la nadeidad caliginosa, donde ciertamente se halla en una perfecta ignorancia de Dios.” Lo místico levanta su empalizada desde una “cortedad del decir” que desemboca en el silencio; paradójicamente lo inefable, en su exégesis, en su devenir hermenéutico, es sobreabundante. Toda la tradición que fluye desde el Pseudo Dionisio Areopagita y pasa por el neoplatonismo, la mística flamenca, los maestros sufíes y el gnosticismo judío alcanza su cenit en los poemas de San Juan y en su comentario a sus propios poemas. Pasemos los ojos lentamente por las liras, una a una, que conforman el Cántico, primero el heptasílabo, el endecasílabo luego, como una perfecta mezcla de lo tradicional y lo italianizante. Imaginemos a ese Juan niño que quizá leyera el Cantar de los Cantares escondido en el granero, o apoyado en un álamo, junto al río; y quizá, quién sabe, ya aquí empezara a darle forma a esas imágenes y símbolos que luego cabrían en la perfecta hechura del Cántico, o de la Llama de amor viva.Y si es verdad lo que dice Luce López-Baralt en su libro “A zaga de tu huella”: La enseñanza de las lenguas semíticas en Salamanca en tiempos de San Juan de la Cruz”, pues quizá entonces Juan de Yepes saliera al frío de la tarde salmantina, tras la clase, con algo de Ibn Arabí en la cabeza, o llena de esos mismos versos “que escribieron los poetas místicos sufíes para desahogar los satt o dislates de su afasia de extáticos y que luego glosaron con comentarios que en vez de aclarar, aumentaban la polivalencia significativa y el misterio.” O también puede que tarareara camino al convento alguna línea de Raimundo Lulio o de Maimónides o fuera dando ya cabida en algún heptasílabo primerizo y aún torpe (oyéndolos interiormente mientras pasaba el puente romano quizá) a vocablos que había leído en la Teología mística: el sonido, la pintura,la granada, el rayo de tiniebla. Porque la verdad es que la poesía de Juan de Yepes, la de San Juan de la Cruz, emprende el vuelo que luego volarán Mallarmé o Celan. ¿Cómo podría lo inefable articular el Logos?, ¿ cómo pueden los significantes ensancharse hasta albergar la experiencia que supera la memoria y ser al fin y de nuevo esa memoria? La hermenéutica de Juan de Yepes es una segunda escritura antes que un develamiento; añadir un comentario al Cántico no elimina lo inefable, ahonda en él, hace de lo místico una provincia de lo fable.

Escena final: Simone Weil y Ludwig Wittgenstein toman una taza de té mientras escuchan El arte de la fuga. Fuera llueve “miudiño”. Callan.

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