sábado, 26 de abril de 2008


PROUST ANACORETA

De todas las aventuras literarias de la historia, sin duda la de Proust es una de las más grandes.Y sin embargo, sabemos que Gide aconsejó a Gallimard en su contra e incluso podemos leer juicios francamente negativos, aunque dejen un resquicio. Foster escribió: “"The book is chaotic, ill constructed, it has and will have no external shape; and yet it hangs together because it is stitched internally, because it contains rhythm." (El libro es caótico y está mal construido, no tiene y no tendrá una forma externa; y a pesar de ello se mantiene desde sus costuras internas, pues contiene ritmo.”Esto es muy aleccionador, ¿no es cierto?A la manera de san Agustín, puede decir que sólo sabe qué es el tiempo cuando lo escribe, y a la de Homero, que narrar el regreso es una excusa para hablar del tiempo y su reliquia:la palabra. Después de años de preparación, de aprendizaje, cuando nada parece empujar al joven Marcel al acto mismo de la escritura, de repente, acontece el suceso liminar que se narra en el primer volumen de En busca del tiempo perdido. De tan manoseado, prefiero omitirlo. Algo sucede, sea lo que sea, que le hace entrar directamente en una predisposición nueva, en una apertura, ahora sí favorable, a las tierras vírgenes del pasado. Este Homero interior creará a partir de esa grieta, de ese “prolegómenon” toda una Odisea minuciosa y exacta. Antes que el Ulysses de Joyce- al fin y al cabo sólo la obra menor de un humorista- la obra de Proust nos devuelve a las playas de Itaka, aunque estas tengan un olor y una textura nuevas, las de un trocito de Francia entre dos siglos.Aunque no es fundamental para el goce de la lectura de la obra de Proust, no viene mal conocer el nombre de Henri Bergson, el filósofo de la “duración”, de la materia y la memoria, aquel que dijo “Al lado del desarrollo del espíritu sobre un solo plano, en superficie, está el movimiento del espíritu que va de un plano a otro, en profundidad.” Escribe Proust en el volumen VII y último, el que titula “El tiempo recobrado” : “La verdadera vida, la vida al fin descubierta y dilucidada, la única vida es la literatura.” Marcel Proust se retiró, se tumbó a escribir, tal un Oblomov de la oscuridad y el silencio, y creó un monumento de tres mil páginas donde el único protagonista es la nostalgia. Leer a Proust es seguir el hilo de una memoria individual que se torna colectiva, una conciencia abierta de par en par (y aquí conviene recordar las palabras de Cyril Connolly sobre el modernismo: la mezcla de Voltaire con Rousseau). Puede que le influyeran las páginas bergsonianas sobre la memoria y la duración, no lo sé. Lo que sí sé de cierto es que cuando acabamos de leer “En busca del tiempo perdido” sabemos ya para siempre que el único tema de la vida es el tiempo y el único tema de la literatura es el lenguaje. Hacer que el tiempo y las palabras desembocaran en las playas de un mismo libro es el logro titánico de un hombre delicado.

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