miércoles, 30 de abril de 2008

NOCHE EN SILOS



Cuando uno llega a la pequeña población donde está ubicado el monasterio de Silos, cerca de una gran rompiente natural de piedra y un sendero que transcribe a la perfección las vueltas, giros y estrecheces de las tres vías que llevan al monje a la perfección,la sensación que se obtiene, el galardón, por decirlo a la manera de los poetas del amor cortés, es la de penetrar en un recinto reservado al silencio ,pero no un silencio por eliminación, no una ausencia de palabras, sino su envés en profundidad, más “soledad sonora” que silencio corriente, usado.” Y el monje, el que está solo, o el anacoreta, el que se retira, buscan por vía negativa un silencio sonante.Cuando yo llegué allí, una noche del mes de enero, fría y oscura, quizá también “en ansias inflamado”, aunque quizá no de lo mismo que Silos proporciona, lo primero que hice, tras presentarme y dejar mi bolsa de viaje en la pequeña fonda para huéspedes que hay dentro del monasterio, o que había en aquel ya lejano 1987, fue ir a“oír” el claustro”. El gran ciprés se balanceaba al cierzo y emitía un sonido curvo y oscilante que se acompasaba a la perfección con las piernas cruzadas de las figuras del claustro. Esa danza mística, junto a la terrible sonrisa que yo llamo “lóbrega” por motivos psicológicos propios, me hicieron recorrer el círculo de capiteles y columnas dobles en un estado en el que se mezclaban la excitación y el desespero. Me parecía que aquella excesiva belleza no podría llevar nunca a Dios, -y en esa opinión coincidía conmigo hasta el mismo San Bernardo- sino al vaciamiento de uno mismo, al autodespojamiento que desemboca en lo que San Juan llamaba “nonada”. Y entonces entendí, tras una noche intranquila en una cama estrecha y fría, que aquellos hombres no iban a Silos a buscar nada, sino a vaciarse de todo, y que Dios estaba al final de esa senda. Si Dios, entonces, equivalía a no-yo, el claustro era una tautología de la nada. Yo, belleza, nada, las tres vías de la perfección que conducen a Dios, es decir, al sonido curvo y caduco del cierzo en el corazón.

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