lunes, 7 de abril de 2008

LUIS DE GÓNGORA


A Góngora yo me lo imagino solitario, altivo, huraño, lleno de un orgullo cándido y a la vez insaciable, consciente de estar haciendo algo que el resto se niega a entender, a aceptar en lo que vale. La poesía de Góngora es hermana de las vicisitudes del Lazarillo, de los personajes del Quijote y de los Sueños de Quevedo. Se ha dicho hasta la saciedad que son el reflejo exacto de una sociedad en crisis, de un Imperio que se desmorona, la lengua en desintegración también. Es muy posible que todo sea cierto, pero no lo es menos que Góngora es uno de los frutos tardíos e hiperrealistas del Renacimiento, al fin y al cabo, sólo alguien que aspira a escribir en castellano como Virgilio en latín. Si nos fijamos bien- y es una tontería que Dámaso Alonso “tradujera” a Góngora para un imposible uso y disfrute nuestro-, el español de las Soledades o el Polifemo se entiende a la perfección con un par de nociones de sintaxis latina, pues su dificultad no es conceptual sino rítmica. No es casualidad que fuera una generación de poetas, la del 27, pero antes Cervantes o Mallarmé, los que más o menos entregados a ella celebraran al unísono la poesía de Góngora, pues en ella se celebra el ritual por excelencia de la literatura: el lenguaje reflejado en sus espejos. Góngora ha sido celebrado y repudiado a impulsos iguales y su reputación asciende o baja “según disposición del tiempo”, como quería Anaximandro. Y no hay que olvidar que Góngora fue autor de algunos de los poemas de corte popular más hermosos del Barroco. Decía don Antonio Machado que el lenguaje en Góngora era “enajenador”, y quizá también tuviera razón, en el sentido en que se podría decir de James Joyce o Juan Benet. En América el llamado “gongorismo” o “culteranismo” arraigó y se extiende desde Sor Juana Inés de la Cruz hasta la prosa de Lezama Lima. En España nunca son buenos los tiempos para este poeta, por muchos centenarios que de él se celebren. Sus poemas son una compleja urdimbre de temas y tonos en perfecta sintonía y de prodigioso armazón sonoro. Escuchen el principio de la Soledad Primera:


Era del año la estación florida
En que el mentido robador de Europa
—Media luna las armas de su frente,
Y el Sol todo los rayos de su pelo—,
Luciente honor del cielo,
En campos de zafiro pace estrellas,
Cuando el que ministrar podía la copa
A Júpiter mejor que el garzón de Ida,
—Náufrago y desdeñado, sobre ausente—,
Lagrimosas de amor dulces querellas
Da al mar; que condolido,
Fue a las ondas, fue al viento
El mísero gemido,
Segundo de Arïón dulce instrumento.


Qué humilde belleza y qué afán de máscaras, el barroco.

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