domingo, 27 de abril de 2008

FEDRA EN TRES ACTOS


Dos escenas previas: un mosaico romano en el que se ve a Hipólito con su madrastra, Fedra, un perro de caza a la derecha de Hipólito-un lebrel quizá- y al dios Eros a la espalda de Fedra con el gesto vacío de tensión de quien ya ha desalojado su carcaj. El mosaico está en Pafos, Chipre. La otra escena es el volumen segundo de En busca del tiempo perdido; Marcel, sentado en su butaca, espera con gran ansiedad el comienzo de Fedra donde canta la Berma. Entre esas dos escenas caben las tres obras que voy a proponerles, las tres la misma y sin embargo tan distintas. Fedra es hija de Minos y Pasifae y hermana de Ariadna, a la que el mismo Teseo, padre de Hipólito, abandonó en Naxos mientras ésta dormía. Por parte de madre Fedra sabe de amores ilícitos, pues Pasifae concibió amores con el toro que Poseidón había mandado a Minos y al que éste,incumpliendo su parte del trato, se había negado a sacrificar. En el mundo griego la expiación siempre llega, esa es una de las columnas de la bóveda moral arcaica. Pues bien, Eurípides escribió dos tragedias con el nombre de Hipólito, de las que sólo conservamos una-parece ser que la perdida mostraba a una Fedra demasiado desinhibida-, pero básicamente con la misma historia: Fedra se enamora de Hipólito estando ausente Teseo y, rechazada, se quita la vida, no sin antes haber culpado al virginal Hipólito, amante de la caza y desdeñador de Eros. Eurípides comienza su tragedia con estas palabras de Afrodita: “ Hipólito es el único de esta tierra trecenia que dice que soy la peor de las deidades…” , con lo que quizá Fedra no hace sino cumplir con la venganza de esta diosa airada. En fin, en Eurípides nada es sencillo y los hombres se muestran a merced de fuerzas no siempre comprensibles, de dioses en los que quizá ya no creen y siendo ellos mismos figuras muy complejas, culpables e inocentes a la vez. El segundo acto de nuestra obra está en Francia, París, 1677, con el estreno de Fedra de Racine. En Racine la acción queda supeditada a las palabras, a la trama psicológica que éstas enhebran. Lo dice bien Carlos Pujol: “…todo es sencillísimo y escueto, no hay la intriga de varios amores no correspondidos, solamente una patética situación llevada a sus últimas consecuencias.” El lenguaje ha perdido toda la aspereza del texto griego y algunas situaciones se han suavizado: es muy candorosa la timidez de Aricia a escapar con Hipólito sin himeneo de por medio. En el tercer acto regresamos a Grecia, Atenas, 1975. Yannis Ritsos concibe Fedra como un monólogo dramático, un soliloquio donde vuelven a oírse los giros antiguos en el griego moderno.Es una estampa de Rohmer con la mecánica de Eurípides. Toda la acción está ahora en la cabeza de Fedra. Se ha completado el viaje, entonces. Así acaba la obra: “ Afuera en el patio, los faros de dos coches…proyectan en forma de cruz las sombras de las dos estatuas, la de Afrodita y la de Artemisa, sobre el cuerpo de la ahorcada.” En el fondo sólo es un problema de hybris y tísis, desmesura y castigo, armonía restablecida, to métron. Y si aún les quedan ganas, hay una Fedra de Séneca y otra de Unamuno que completarían una tragedia en cinco actos. Y si no, siempre les quedará la Fedra de Jules Dassin con Melina Mercuri.

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