sábado, 3 de mayo de 2008

ANÍBAL NÚÑEZ A LA INTEMPERIE

Hace años, en casa de Vicente Forcadell, preparando él unas copas, me espetó sonriente los dos primeros versos que yo oía de Aníbal Núñez. Me gustaría acordarme de ellos, pero lamentablemente dije “no me gustan” y los olvidé. Años más tarde, saliendo del bar-cava “El Corrillo” alguien me comentó, a la vista de Remigio Adares, un poeta local y amante de las “cátedras de piedra”, “mira, a ése le hizo Aníbal Núñez un prólogo”. Más años todavía después, encontré en una librería de Santiago los dos volúmens de la Obra poética de Aníbal Núñez en la editorial Hiperión. Por último y hace no mucho, en la biblioteca de Vicente Forcadell, poco antes de abandonar éste Salamanca, me habló una tarde de algunos amigos de su generación, entre los que incluyó, aunque mayor que él, a Aníbal Núñez, si acaso por ser parte del paisaje urbano de la Salamanca de los años 70. Hace escasas semanas he encontrado el último episodio ,por ahora, de mi relación con el poeta salmantino:" Mecánica del vuelo, en torno al poeta Aníbal Núñez", un libro en el que compañeros de viaje, estudiosos de su obra y poetas interesados en su creación, formulan algunas de las claves vitales y poéticas de su obra. Hay poetas a los que uno elige y otros que vienen a nuestro encuentro, se nos insinúan en las calles o adoptan el tono de voz de alguno de nuestros amigos. Desde aquel ya ingrato para mí “no me gustan”, he frecuentado las páginas de Aníbal Núñez, no tanto con el deseo de gustar por fin de sus poemas, sino con la pretensión insana de no haber dicho jamás aquella frase.Este poeta “al margen del margen” como lo define, Fernando R. de la Flor, cumplió la doble condición de Biedma y Blanca Andreu: se hizo poema y se vino a vivir en un Chagall. Sí, cuando el deseo y la ilusión se extinguieron, cuando quedó a las claras expuesto el engaño, Aníbal Núñez, incapaz de adaptarse a los tiempos, habitante de una ciudad que cada día desconocía más y más de memoria, se dio a la anarquía y al olvido, buscó sus doce apóstoles y malvivió lo que restaba. Si la práctica del verso no había podido anclarle al mundo, sólo quedaba, para un hombre como él, de la estirpe de Miguel Espinosa y Manoel Antonio, la deriva. Cuando muchos de sus compañeros encontraron su asidero en las refriegas del 68 o en las antologías novísimas, él, más cercano a Catulo que a Gimferrer, decidió claudicar. Su hermano Arthur Rimbaud le inspiró la idea del viaje, un viaje que él realizó a la manera de la teología negativa. Reacio a moverse de una ciudad que se había convertido en su jaula y su laberinto, Aníbal Núñez renunció a los cargos, los oficios, los horarios y el dinero, autoexpulsado de un mundo que ya no reconocía y convertido en coleccionista de ruinas, reliquias y restos de un naufragio. Esa discusión que mantiene con Agustín García Calvo, en el teatro universitario Juan del Encina,-lo cuenta de la Flor- le delata. Ya en las calles, camino del bar más cercano, oiría sonar en su cabeza mis dos versos preferidos: “Perfeccione lo inútil a lo inútil,/ no haya Edén.”

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