martes, 5 de febrero de 2008

THOMAS MANN

Habíamos pasado de las novelas de Hesse en la adolescencia a las de de Thomas Mann en la primera juventud con la mayor naturalidad. Del lobo estepario o Sidhharta a la logomaquia de Naphta y Settembrini por el alma tierna de Hans Castorp, y de ahí, ya sin freno, al Doctor Faustus o los Buddenbrook., habíamos recorrido un camino que quizá fuera elevándose, de paisaje en paisaje, hacia alturas de estilo o dificultad teórica, pero que a nosotros, incautos alevines de filólogo, como nos llamaba el profesor Ricardo Senabre, nos parecía lo mismo, pero mejor. La consecuencia lógica fue que de Mann se nos abriera las puerta a Musil, Broch, Werfel,Schultz,Canetti y otros. Había algo en la literatura centroeuropea que nos cautivaba por igual en aquel momento y que luego, andando el tiempo, vinimos a considerar una falla del conjunto, a saber, la excesiva dependencia de los personajes al desarrollo de unas ideas previas, como si aquellos fueran tan sólo el vehículo de expresión del artista. La Bildungroman se imponía desde todos los ángulos, lo mismo en La montaña mágica que El hombre sin atributos; igual en Doktor Faustus que en La novela de la ópera. El modo de hacer alemán alcanzaba su culminación en Muerte en Venecia, donde se va de símbolo en símbolo hasta la cólera final. Quizá si hubiéramos leído entonces a Alfred Döblin, podríamos haber intuido un camino más cercano a la novelística anglosajona, pero no lo hicimos y nuestra impresión permaneció inalterada. Y sin embargo los Buddenbrook nos fascinó, un ejemplo de literatura realista sobresaliente donde los personajes tenían por fin vida propia, vida, y no discurso, pero esa era la primera novela de Mann y ocupaba en el autor la misma posición que el Törless en Musil o el retrato del artista adolescente en Joyce. Parecía que Thomas Mann, nuestro héroe de la resistencia, el gran exiliado, el autor de los maravillosos diálogos en torno a un sanatorio prebélico, había pasado a ser sólo una enfermedad de nuestra juventud. Es posible que sea así, pero quizá sin él no habría sido posible el asalto a la gran cordillera: Proust.

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