domingo, 1 de marzo de 2009

BATALLA EN LA LUZ


Sólo necesitan saber que Carlos Reygadas es un joven mexicano de 37 años que hace películas con una valentía y un talento inusado. Yo me atrevo a decir que he visto en sus películas algo de Peckinpah, algo de Sokurov, algo de Tarkovski, algo de Cassavettes, algo de Kaurismaki, algo de Buñuel, algo incluso de Dreyer. Sí, ya sé que son muchas las influencias que planteo y que quizá algunas no estén muy claras, pero no he podido evitar que Japón, Batalla en el cielo y Luz silenciosa me conmocionaran de una manera similar a como los directores que arriba menciono lo habían hecho anteriormente.Está Peckinpah por la manera en que los personajes reaccionan “a contracorriente” en las escenas de sexo, mostrando el lado oscuro y a la vez el más espiritualizador, el que hace estallar las costuras del prejuicio( ahí mismo está lo que pasa en las escenas de Buñuel que acontecen tras la puerta, lo que no vemos ((imaginen una película hecha de los trozos no filmados)); de Sokurov y por supuesto de Tarkovski, la emergencia de la luz que descubre, la luz epifánica reveladora de resquicios; de Cassavettes el diálogo anterior al diálogo, o el diálogo cuando ya ha muerto el diálogo; de Kaurismaki, la posibilidad de que los rostros sean más piedra que carne y no por ello menos humanos;
de Dreyer el hálito taumatúrgico que exhalan las palabras al ser traspasadas por la luz.La cámara de Reygadas visita a los personajes, les lame como una bestia hambrienta y muy dócil; ellos se dejan hacer y viven o buscan una muerte que a veces se demora en un atardecer o en una felación. La luz que emerge del sexo ilumina por segundos las ruinas de un mundo detenido, de una historia donde sólo se nos concede la limosna de los efectos, la caridad de las elipsis. Carlos Reygadas es un franciscano de la estirpe de Pasolini y la cara estática del “gordito” Marcos con Ana atrapada en su cintura, el cuerpo lascivo todavía, cosificado y a la vez espiritual, de la viejita de Japón, es otra vuelta de tuerca en la posibilidad de morir sin rendir cuentas, o al menos no demasiadas y sólo a uno mismo. La violencia no aparece más que en los ojos, la expresa la música antes que las manos, y cuando aparece es salvífica, una prolongación del sexo. Y sin embargo, Reygadas tendrá que hacer cinco o seis películas más hasta que se libre de todo el lastre anterior, pues aún se le adivinan los andamios y a veces es deliciosamente torpe. En cualquier caso, ojalá no pierda el aire monacal y subversivo que antaño recorría las películas de Bresson.

1 comentario:

Á. David dijo...

Si señor, en Reygadas hay todo eso, y más. Me encanta que alguien a este lado del charco se haya fijado en él y que hable de él (o de sus películas) sin prejuicios. Si a Reygadas le faltan esas cinco películas que dices para que su estilo sea todo suyo, a mi me faltaría una vida entera, y mucho me temo que apenas podré salir de este pozo. Gracias a autores como Reygadas no me sentiré momentáneamente tan sólo en este mundo.
Un abrazo