domingo, 1 de marzo de 2009

VIRGINIA BAJO LAS AGUAS

“Espero que todo vaya bien. Debemos tener paciencia. No puedo hacer otra cosa que llorar pensando cómo le pondrán en la tierra fría. Mi hermano ha de saberlo. Os agradezco vuestros buenos consejos. Ven, mi cochero.Buenas noches, señoras, buenas noches, dulces señoras, buenas noches, buenas noches.” Son palabras de Ofelia en la Escena V del Acto IV de Hamlet. Hay algo en esa mezcla de previsión y despedida que está en las mujeres creadas por Virginia Woolf, esa manera bifronte, jánica de mirar, también la de Eurídice a la salida del Hades. Mrs Dalloway, Rhoda, Mrs Ramsay, mujeres que cruzan vadeando día a día un río imaginario que desemboca en un río Ouse real. Es el año 1941 y ya han pasado los fastos de Bloomsbury, la brillantez de las líneas, mucho más patéticas bajo las bombas, escritas por George Edward Moore en su Principia Ethica, título de sabor analítico, sólo sabor, pues su aroma se remonta a Ruskin o a Walter Pater y los prerrafaelitas. Escribió Moore: “Con mucho, lo más valioso, que conocemos o podemos imaginar, son ciertos estados de conciencia que, de un modo aproximado, pueden describirse como los placeres del trato humano y el goce de los objetos bellos…Puede decirse que, en efecto, se trata de una simple verdad reconocida universalmente. Lo que no se ha reconocido es que constituye la verdad última y fundamental de la Filosofía moral.” Parecería que estuviéramos oyendo a Lucrecio o a su maestro Epicuro; pues bien, en ese ambiente se crió y educó Virginia, y mantener esa dicha fue su lucha a través de palabras y páginas que cada vez se fueron haciendo más impersonales, algo así como un suicidio por sintaxis. Hay páginas de Las olas donde Virginia se despide de nosotros, como Ofelia, y la voz se ocupa del resto, de guiarnos, verdadera Anagkí, Necesidad. Frente a la Virginia particular, la de Orlando por ejemplo, está la escritora que aspiraba a la obra máxima, una de las últimas hacedoras del “gran estilo.” Su hermana Vanesa Bell la pintó en un salón difuminado, con un rostro vacío de facciones. Esto lo vio Harold Bloom cuando dijo: “ Sus visiones no son privilegiadas …sino fatales, pues surgen en el límite donde la percepción y la sensación ceden a la disolución.” Virginia está asociada en mi recuerdo a Jane Austen, a Sylvia Plath, a Emily Dickinsom, a las hermanas Brontë.Entre 1915, con El viaje lejano, y 1941, con Entreactos, Virginia viajó desde los acantilados de Cornwall a las aguas del Ouse. Yo la veo siempre como en un retrato de 1902, con veinte años, de perfil, muy delgada, de sentimientos imprecisos y a la vez exactos, como habría querido Moore.

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