martes, 20 de enero de 2009

NAUSICAA

Hay un poema de Jorge Guillén que la celebra, y es el poemilla conciso y directo, un poco funcionarial,casi remedando lo que sería una traducción estricta hecha por un alevín de filólogo:


«¿Quién eres, oh bellísima
De tan cándidos brazos? ¿Una diosa
Descendida a una tierra de mortales,
O si sólo mujer,
A la par que los dioses?
Felices sean quienes te engendraron.
Mis ojos nunca vieron tal belleza,
Digna de Artemis, hija del gran Zeus.

Jorge Guillén, Homenaje

También en una carta apócrifa de Elpenor Frye recogida en Essays on the Reform of Customs and the Welfare of States de Joseph Langdon se recogen los versos que yo presento aquí en traducción tosca:


Y ahora
Tensando mi afán
La recompensa del relato
Vaso y vestido
Le di
Mudos
Ojos ya no le ven ni la fugaz estela

Cuenta Jünger que su primer libro iba a titularse El rojo y el gris, en homenaje a Stendhal, pero que como estaba leyendo mitología germánica por aquellos días decidió llamarlo Tempestades de acero.Ahí, en esa encrucijada de epítetos, hay que situar a Nausicaa, la de los blancos brazos, y a su padre, Alcinoo,rey de feacios, amantes de los remos. Esta muchacha aparece en la playa, donde juega a la pelota mientras se seca la ropa que ha ido a lavar, esa ropa que debió de ser multicolor y que yo imagino ahora blanca como en la imagen de Claudio Rodríguez, la ropa blanca no de su pureza sino de su “indolencia”, pues la pobre niña-mirémosla en el espejo de Antígona, que seguro que era como Nausicaa hasta que se le despertó dentro la voz de los muertos y entonces sería más como Juana de Arco- es acusada de perezosa por la misma Palas Atenea que inventa este ardid para que ella vaya hasta la playa..Entre Calipso y Nausicaa se levanta la esfinge de tela de Penélope, pero con un deshacer inverso, más luminoso en la segunda. No quiso el héroe aceptar a la niña, como tampoco había aceptado a Circe o a Calipso, le invocaban sin descanso las sirenas de Itaca, su esposa multijetiente o quizá sólo su fiel mastín.En compensación algunos quisieron desposarla con Telémaco, hijo de Odiseo, mas es recompensa exigua para las ansias de esta niña que debía de tener los ojos feroces de la Mónica de Bergman.Lo que me conquista es esa pelota que cae en un remolino y ,al gritar de las muchachas, cómo se despierta el cuerpo exhausto del héroe. Después de la tempestad se levanta el amor como catarsis deportiva –igual que en las películas de Rohmer-, y los blancos hexámetros, piel de siglos suave, llegan rodando hasta nosotros , como una pelota dócil, desde la eternidad. Queda, tras la lectura tantas veces repetida, un poso de melancolía que dura en los ojos igual que el amor epifánico de algunos sueños predilectos.

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