martes, 20 de enero de 2009

GONZALO DE BERCEO


En ese paraíso-biblioteca de Borges yo estoy seguro de que el bibliotecario hablaría el español de Gonzalo de Berceo; al menos ésa es para mí, en la cadencia de la cuaderna vía, la imagen preferida. Cuando ya uno se sacia del verso insustancial de nuestro tiempo, ha llegado la hora de beber de uno de los manantiales más puros del idioma, y de que de su “humo dormido” emerja la transparencia de un encuadre de Ozu o la liviandad del escultor de madera Steiner. Se nos llena la boca del agua más lejana al saborear uno a uno los alejandrinos de Berceo, vuelve al paladar la nostalgia de un idioma exhausto, en ciernes. En el monasterio de San Millán de la Cogolla, en el de suso, se gestó una de esas páginas que los filólogos destripan y los poetas añoran: un momento detenido de verdad. Yo al menos daría lo que tengo y sé por el placer interminable de haber escrito: “ Quiero fer una prosa en román paladino/ En qual suele el pueblo fablar a su vecino,/ Ca non so tan letrado por fer otro latino:/ Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.” Tiene razón Gastón Bachelard: “Frente a la casa natal trabaja la imagen de la casa soñada”.

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