domingo, 14 de diciembre de 2008

INTROMISIÓN

Wallace Stevens, como Gottfried Benn o Jaime Gil de Biedma, fue un profesional de la doble vida, y de evitar a toda costa que un mundo, el de la venta y la dirección de una gran empresa, alcanzara al otro, la poesía y el arte, se nutrieron muchos de los esfuerzos de este gran poeta del modernismo americano. El tema de uno de sus mejores poemas, Sunday morning, es el de la vida gozada al instante como un sustituto valioso de la moribunda eficacia religiosa para crear frentes de interioridad contra el agravio, barricadas contra el dolor y la desesperación. Lo que en el poema se va a dilucidar es si se puede vivir sin Dios, sin el consuelo de su imagen, abocados a la degradación y a la muerte por toda teleología. T.S. Eliot había indagado también en la decadencia espiritual de un mundo reducido a jirones de sentido, a fragmentos de moralidad y significado tras la primera gran guerra; lo que Eliot hizo en The Waste Land o en Four Quartets es el empeño también de Wallace Stevens en el poema del que hoy hablamos. Un poema que sufrió amputaciones y reescrituras con el paso de los años, pero que en breve responde al siguiente núcleo fundamental: dos sujetos poemáticos, uno femenino que carga con el peso de la acción y la mayor parte de las respuestas en el diálogo, y una voz masculina que sostiene un discurso antagónico y que persigue la persuasión, el convencimiento del “she”. Se ha dicho que éste es un poema que anticipa algunos de los temas futuros: reacción frente al logocentrismo, la voz de la autoridad, el sujeto masculino, la religión, para optar por un camino menos poblado, menos sujeto a restricciones. Yo ignoro todo esto. Sólo sé que me ha maravillado la forma en que se confunden en la primera stanza los pies del sujeto femenino caminando por la alfombra con los pies del Cristo caminando sobre las aguas en dirección al sepulcro. Una imagen de sensualidad doméstica “se mezcla” con una imaginería cristiana a veces, otras de escenas paganas con alusiones al mito, y las voz del “she” dialoga soñadora con las promesas de salvación y eternidad que el “él” despliega a lo largo del poema. Es un verso el de Wallace Stevens que a mí me recuerda al de John Keats en las Odas-especialmente la stanza sexta resuena en Ode on a Grecian urn-, y también el de Wordsworth en The Prelude. El poema concluye con una decisión, con una elección, con el convencimiento de que el instante que conforman los momentos preferidos-aquellos que el arte congelará luego para el futuro deshielo-concede una profundidad íntima e irrenunciable a la muerte..Se ha escrito que Sunday morning rezuma paganismo, que su autor es un místico que busca el sentido en la unión del sujeto con una naturaleza trascendental, que las ideas desplegadas en el poema son una prueba sólo de diletantismo y de argumentos menores en verso. En el fondo y aunque pueda hablarse de otra carrera en pos de la ficción de lo absoluto, de una mera redistribución de los elementos en el conjunto, Sunday morning, signifique lo que signifique, es, en mi opinión, un ejemplo de grieta que se abre, de voces que en el espejismo de las palabras se reconcilian. Es el viaje del “ancient sacrifice” al “ these are the measures destined for the soul”. Entre el anima y el animus la paz detenida del instante.

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