sábado, 1 de marzo de 2008

EN BUSCA DE PAUL VERLAINE


A los once años Paul Verlaine se parecía increíblemente a Artur Rimbaud, el mismo perfil erguido, el mismo corte descuidado de pelo, la misma displicencia, idéntico desdén en los ojos. Y era sólo de justicia que el destino les uniera en una relación que ha engrosado las filas del chismorreo literario desde hace un siglo. Nada de eso nos ocupará hoy, porque excepto unos cuantos poemas en los que la figura de Rimbaud se deja transparentar, Verlaine es otro tipo de poeta, más ingenuo y a la postre, si se me permite hablar así, quizá más verdadero. Recuerdo unas páginas de Valery en las que recordaba haber visto en el mismo día y en dirección a distintos cafés de París, por un lado, la figura desgarbada y faunesca, algo socrático el perfil, es verdad, de Verlaine, y por otro la atildada y pulcra de Poincaré, el gran matemático. Le parecía a Valery que en el fondo no había gran distancia mental entre uno y otro, o eso creo recordar que, más o menos, decía. Pero hay mucha verdad en ese comentario, pues en Verlaine hay algo de ese rigor científico,un rigor traducido en un profundo amor por las palabras (creo recordar también que al entrar en prisión pidió algo de leer, y al entregársele no sé qué horrible trozo de prosa, requería de sus guardias, no sin cierto patetismo, algo de buena sintaxis, pues “soy un hombre cultivado”,decía, no sé, cito de memoria). Y hace ya muchos años el profesor Senabre nos explicaba las maravillas del ritmo y las audacias fonéticas de este príncipe de las letras, siempre con aquella “canción de otoño” que extasiaba a aquel hombre estricto. Recuerdo que terminaba la lección diciendo: “Y recuerden: Pas la couleur, rien que la nuance!” (no el color, sólo el matiz). Luego nos proponía aquel librito de Rubén Darío, “Los raros” y también el de Huysmans “A contracorriente”, donde encontrábamos toda la poesía simbolista y parnasiana en los labios del sofisticado Des Esseintes. Dice Carlos Pujol sobre él: “Acompañado por jóvenes indómitos…sin saber a qué carta quedarse,…mito de la marginación, vagabundo melancólico con un fondo de cielos plomizos…grises de París, o las neblinas del Norte…” Sufragó de su bolsillo la mayor parte de sus libros, de los que apenas tiraba quinientos o seiscientos ejemplares, más o menos los mismos que le leen hoy. Pero si se aburren con los poemitas de la experiencia actuales o los de adolescentes que ganan premios ,(y aunque no sepamos francés, debe leerse en francés), les aconsejo acercarse a Verlaine. El les deparará “la hora exquisita”.

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