CLAUDIO RODRÍGUEZ
Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.
Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!
Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?
Y, sin embargo —esto es un don—, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.
Hoy me he permitido empezar por lo mejor, por los versos mismos, no sintiéndome muy capaz de igualar el comienzo de este primer poema del primer libro de Claudio Rodríguez, poeta de la estirpe de Aldana y Medrano en lengua española, y en otras, de Keats, Dylan Thomas y los metafísicos italianos: Montale, Ungaretti o Quasimodo. Poeta místico, aunque él no lo aceptara, creador desde la palabra hacia las afueras del sentido, “la palabra funda el poema” dice en algún lugar, y también “lo importante es la aventura del lenguaje y el pensamiento a través de la palabra”. De él dijo Aleixandre tras leer su primer libro, ese del que extraigo el poema con el que comenzaba: “No volverás a escribir”. Y esto, que molestó mucho a Claudio Rodríguez, no es sino la clave con que han de leerse todas las líneas de este poeta del límite, como si lo dicho fuera acaso lo último por decirse. Aleixandre lo aventuró porque Claudio Rodríguez era apenas un joven de diecisiete años cuando empezó ese libro, Don de la ebriedad, y no le parecía a él que después de tanto se pudiera recobrar el aliento con facilidad. Se equivocó y detrás vinieron otros libros. De su propia obra no gustó de hablar este poeta, quizá porque, como él mismo afirma: “… no se puede contemplar la propia autopsia.”, pero habló mucho y bien de otros-vean si no “La otra palabra” , volumen que recoge sus escritos en prosa y varias entrevistas. De él puede decirse el verso de Rimbaud: “Je suis maître du silence”. Basta.
viernes, 28 de marzo de 2008
miércoles, 26 de marzo de 2008
PROGRAMA Nº22
Aarón Jiménez e Himar Santana visitan EL PERSEGUIDOR
en representación de SANDARTE, www.sandarte.com
en representación de SANDARTE, www.sandarte.com
domingo, 23 de marzo de 2008
A CONTRACORRIENTE
Este libro, cuyo título ha sido traducido de tantas formas diferentes, “A contrapelo”, “A contracorriente”, o como quiera que se traduzca ese “À rebours” original, fue libro de cabecera de decadentes y malditos de fin de siglo, a la vez que introductor de algunos de los nombres que luego conformarían lo más sobresaliente de la poesía francesa post-romántica, empezando por un nombre propio no francés y padre espiritual de todos ellos: E.A Poe. Los nietos de Victor Hugo crecerían a la sombra del Parnasianismo y el Simbolismo y bajo los auspicios del padre Baudelaire. En español y de modo más documental, fuera de la ficción novelesca que es À rebours, podemos encontrar información similar en Los raros, libro de Rubén Darío, editado y recuperado por la editorial Golpe de dados, de referencia tan mallarmeana. Desde Leconte de Lisle, pasando por Villiers de l´Isle-Adam, Tristan Corbiere, hasta Moreas , Verlaine y Mallarmé, todos los príncipes de la decadencia, le vice suprême, odiadores de la banalidad burguesa, del racionalismo positivista y del naturalismo zoliano, bajo la protección de la filosofía de Bergson , Nietzsche y Schopenhauer, hallan acogida en este libro de Joris –Karl Huysmans, novela que retrata la figura del prototipo decadente, Des Esseintes, aristócrata del espíritu y sofisticadísimo catador de placeres varios. En esta novela de aire enrarecido van desfilando los cinco sentidos como en un auto sacramen-
tal del lujo. Des Esseintes, huele,toca,lee,oye y gusta con un refinamiento tal que el pobre siempre anda de vagido en desmayo, muy cercano al vampirismo o a la levitación forzosa. A mí, personalmente, lo que más me ha interesado del libro es el recorrido por los libros escritos en latín desde Apuleyo hasta bien entrada la Alta Edad Media, es decir, el latín menos clásico, el más mezclado e impuro,eclesiástico o no. Antes Lucano o Boecio que Virgilio o Cicerón, esa es la clave de su gusto. Huysmans pasó de su satanismo fin de siécle a un misticismo ya presente en Á rebours que le llevaría hasta la abadía benedictina de Solesmes y de aquí a un periplo espiritual del que ya no abdicaría.
Resumiendo, Des Esseintes detesta lo vulgar, prefiere lo artificial a lo natural, lo mágico a lo utilitarista, el pesimismo lúcido al optimismo banal, la búsqueda angustiosa de su yo a los trampantojos de la personalidad burguesa. Mallarme le dedicó a Des Esseintes su Prose pour Des Esseintes , homenaje a Huysmans y canto de hermandad sentimental con el personaje. De Jean Floressas des Esseintes al Dorian Gray de Wilde no hay casi distancia y el surrealismo muestra su ala deforme tras las piruetas verbales del arte por el arte. De todos ellos hoy unos son más legibles que otros, algunos parecen eternos y otros ya han sido olvidados, pero hay una constante que no pasa, que sucede y vuelve a sucederse, un grito cada cierto tiempo: “muera Benavente”.
Este libro, cuyo título ha sido traducido de tantas formas diferentes, “A contrapelo”, “A contracorriente”, o como quiera que se traduzca ese “À rebours” original, fue libro de cabecera de decadentes y malditos de fin de siglo, a la vez que introductor de algunos de los nombres que luego conformarían lo más sobresaliente de la poesía francesa post-romántica, empezando por un nombre propio no francés y padre espiritual de todos ellos: E.A Poe. Los nietos de Victor Hugo crecerían a la sombra del Parnasianismo y el Simbolismo y bajo los auspicios del padre Baudelaire. En español y de modo más documental, fuera de la ficción novelesca que es À rebours, podemos encontrar información similar en Los raros, libro de Rubén Darío, editado y recuperado por la editorial Golpe de dados, de referencia tan mallarmeana. Desde Leconte de Lisle, pasando por Villiers de l´Isle-Adam, Tristan Corbiere, hasta Moreas , Verlaine y Mallarmé, todos los príncipes de la decadencia, le vice suprême, odiadores de la banalidad burguesa, del racionalismo positivista y del naturalismo zoliano, bajo la protección de la filosofía de Bergson , Nietzsche y Schopenhauer, hallan acogida en este libro de Joris –Karl Huysmans, novela que retrata la figura del prototipo decadente, Des Esseintes, aristócrata del espíritu y sofisticadísimo catador de placeres varios. En esta novela de aire enrarecido van desfilando los cinco sentidos como en un auto sacramen-
tal del lujo. Des Esseintes, huele,toca,lee,oye y gusta con un refinamiento tal que el pobre siempre anda de vagido en desmayo, muy cercano al vampirismo o a la levitación forzosa. A mí, personalmente, lo que más me ha interesado del libro es el recorrido por los libros escritos en latín desde Apuleyo hasta bien entrada la Alta Edad Media, es decir, el latín menos clásico, el más mezclado e impuro,eclesiástico o no. Antes Lucano o Boecio que Virgilio o Cicerón, esa es la clave de su gusto. Huysmans pasó de su satanismo fin de siécle a un misticismo ya presente en Á rebours que le llevaría hasta la abadía benedictina de Solesmes y de aquí a un periplo espiritual del que ya no abdicaría.
Resumiendo, Des Esseintes detesta lo vulgar, prefiere lo artificial a lo natural, lo mágico a lo utilitarista, el pesimismo lúcido al optimismo banal, la búsqueda angustiosa de su yo a los trampantojos de la personalidad burguesa. Mallarme le dedicó a Des Esseintes su Prose pour Des Esseintes , homenaje a Huysmans y canto de hermandad sentimental con el personaje. De Jean Floressas des Esseintes al Dorian Gray de Wilde no hay casi distancia y el surrealismo muestra su ala deforme tras las piruetas verbales del arte por el arte. De todos ellos hoy unos son más legibles que otros, algunos parecen eternos y otros ya han sido olvidados, pero hay una constante que no pasa, que sucede y vuelve a sucederse, un grito cada cierto tiempo: “muera Benavente”.
jueves, 20 de marzo de 2008
LUIS CERNUDA
Lo más probable cuando uno sigue manteniendo las mismas opiniones de hace quince años es que no se haya vuelto a pensar en ello en serio; hay en ese regreso a lo preferido, o en ese no-regreso, una buena dosis de amor propio envuelto en una gran cantidad de miedo que hacen aconsejable la precaución. No somos nunca el mismo lector, y diría incluso que la mayor de las evoluciones en un escritor es nimia comparada con los progresos del que lee, pues en un escritor el rumbo viene casi trazado en las dimensiones de la carta que maneja, y le basta con calcular la variación local y luego mirar su tablilla de desvíos para saber dónde se halla y a dónde se dirige;
en cambio, en el lector, cualquier obra puede lanzarle a una derrota imprevisible,
incalculable por imprevista. Algo así me sucedió a mí con Luis Cernuda. Desde que empecé a leerle me ha parecido sin duda el más grande poeta de su generación. Esto no obsta para que hayan cambiado algunas cosas en mi relación con sus poemas. Si algún tiempo después de conocerle, dejé de leer los libros que siempre me habían gustado (Los placeres prohibidos, Donde habite el olvido) y pasé a ocuparme de los últimos (Desolación de la quimera), también comencé a intentar entender qué le había pasado a sus poemas en el transcurso. Se habían movido desde un aire becqueriano (algo cursi a veces) a un prosaísmo desencantado, demasiado lleno de patetismo en ocasiones, grandilocuente, sin ningún humor que compensara tanto exceso. Javier Marías le describe así en su libro Miramientos: “ Es una foto de pasaporte. Aún no habría cumplido los cincuenta años. Como siempre, se lo ve cuidado, por no volver a decir estudiado…Pero en esos ojos ya no hay recelo ni dureza ni resentimiento, si acaso desengaño, acatamiento, como si se dieran cuenta de que terminó la espera y se acabó la historia…Aquí el hombre maduro se muestra como lo que siempre fue y tal vez anduvo disimulando, después y antes: un derrotado.” Creo que esa derrota no asumida perjudicó a su escritura, le hizo perder demasiado tiempo en busca de algo que no era demasiado importante, aunque quizá para él sí lo fuera, no lo sé. Dice en su poema “A mis paisanos”, del libro Desolación de la quimera:
Acaso encuentre aquí reproche nuevo:
Que ya no hablo con aquella ternura
Confiada, apacible de otros días.
Es verdad, y os lo debo, tanto como
A la edad, al tiempo, a la experiencia.
A vosotros y a ellos debo el cambio.
No es que esté mejor o peor escrito. Creo que Cernuda se equivoca. Quizá, después de todo, sólo hubo un malentendido y excesivo orgullo. Hay demasiado artificio, demasiados aires de despecho en esos últimos poemas. Terminaba así la estrofa:
………………………………..Si queréis
Que ame todavía, devolvedme
Al tiempo del amor. ¿Os es posible?
Imposible como aplacar ese fantasma que de mí evocasteis.
Lo dijo Jaime Gil de Biedma : Ay el tiempo! Ya todo se comprende.
Lo más probable cuando uno sigue manteniendo las mismas opiniones de hace quince años es que no se haya vuelto a pensar en ello en serio; hay en ese regreso a lo preferido, o en ese no-regreso, una buena dosis de amor propio envuelto en una gran cantidad de miedo que hacen aconsejable la precaución. No somos nunca el mismo lector, y diría incluso que la mayor de las evoluciones en un escritor es nimia comparada con los progresos del que lee, pues en un escritor el rumbo viene casi trazado en las dimensiones de la carta que maneja, y le basta con calcular la variación local y luego mirar su tablilla de desvíos para saber dónde se halla y a dónde se dirige;
en cambio, en el lector, cualquier obra puede lanzarle a una derrota imprevisible,
incalculable por imprevista. Algo así me sucedió a mí con Luis Cernuda. Desde que empecé a leerle me ha parecido sin duda el más grande poeta de su generación. Esto no obsta para que hayan cambiado algunas cosas en mi relación con sus poemas. Si algún tiempo después de conocerle, dejé de leer los libros que siempre me habían gustado (Los placeres prohibidos, Donde habite el olvido) y pasé a ocuparme de los últimos (Desolación de la quimera), también comencé a intentar entender qué le había pasado a sus poemas en el transcurso. Se habían movido desde un aire becqueriano (algo cursi a veces) a un prosaísmo desencantado, demasiado lleno de patetismo en ocasiones, grandilocuente, sin ningún humor que compensara tanto exceso. Javier Marías le describe así en su libro Miramientos: “ Es una foto de pasaporte. Aún no habría cumplido los cincuenta años. Como siempre, se lo ve cuidado, por no volver a decir estudiado…Pero en esos ojos ya no hay recelo ni dureza ni resentimiento, si acaso desengaño, acatamiento, como si se dieran cuenta de que terminó la espera y se acabó la historia…Aquí el hombre maduro se muestra como lo que siempre fue y tal vez anduvo disimulando, después y antes: un derrotado.” Creo que esa derrota no asumida perjudicó a su escritura, le hizo perder demasiado tiempo en busca de algo que no era demasiado importante, aunque quizá para él sí lo fuera, no lo sé. Dice en su poema “A mis paisanos”, del libro Desolación de la quimera:
Acaso encuentre aquí reproche nuevo:
Que ya no hablo con aquella ternura
Confiada, apacible de otros días.
Es verdad, y os lo debo, tanto como
A la edad, al tiempo, a la experiencia.
A vosotros y a ellos debo el cambio.
No es que esté mejor o peor escrito. Creo que Cernuda se equivoca. Quizá, después de todo, sólo hubo un malentendido y excesivo orgullo. Hay demasiado artificio, demasiados aires de despecho en esos últimos poemas. Terminaba así la estrofa:
………………………………..Si queréis
Que ame todavía, devolvedme
Al tiempo del amor. ¿Os es posible?
Imposible como aplacar ese fantasma que de mí evocasteis.
Lo dijo Jaime Gil de Biedma : Ay el tiempo! Ya todo se comprende.
viernes, 14 de marzo de 2008
jueves, 13 de marzo de 2008
sábado, 8 de marzo de 2008
CHARLIE PARKER
Decía Billy Eckstine que “Bird fue el responsable de que esta música (el bebop) se tocara realmente, pero el responsable de que se escribiera fue Dizzy Gillespie.” Como en todas las revoluciones, siempre hay un grupo de genios repartiéndose las tareas (basta ver la obra de los cuatro Beatles por separado para entender qué es lo que les hizo geniales). Charlie Parker, al que todo el mundo en los años cuarenta, al menos todos los que se reunían en el entorno de los clubs Minton´s o en la Calle 52, llamaba Bird o Yardbird, imagino que por esa sonoridad a la vez cercana y huidiza. Lo explicaba Parker, a quien una vez el baterista Jo Jones le lanzó el platillo de su batería, incapaz de entender qué demonios estaba tocando: “Sí, esa noche improvisé durante mucho tiempo sobre “Cherokee”. Mientras lo hacía, me di cuenta de que, al utilizar los intervalos superiores de las armonías como línea melódica, colocando debajo armonías nuevas más o menos afines, podía tocar de repente aquello que por tanto tiempo había oído dentro de mí.Me llené de vida.” Así que Bird sabía qué música tocaría antes incluso de haberla tocado nunca y luchaba por encontrarla. Algo así se cuenta en la película Round Midnight, cuando Dale Turner ha llegado exhausto de vin rouge y alguien le dice a Francis: “Cuando cada noche has de explorar, eso puede ser terriblemente doloroso.” Y Francis asiente y sí, lo comprende. Un día hablaremos aquí de Francis Paudras. Y entonces Parker se encontró con Dizzy, con Monk, con Kenny Clarke, en fin, con todos los que formarían el jazz de vanguardia de los años cuarenta. Se cuenta que Bird pasaba largas horas por la noche viajando de metro en metro,¿ recorriendo la ciudad en busca de qué?Cuando Parker fue a Europa, le recibieron como a un genio y el pobre Bird no entendía qué les pasaba a esos europeos que le veneraban cuando en América sólo era un pobre músico negro. En Europa siempre sublimando el arte popular americano, ¿acaso no hemos hecho lo mismo con su cine? Hay una aportación psicológica de Joachim Berendt sobre la figura de Parker: “En las fotos en que aparece con otros músicos es notorio que la distancia que lo separa de los demás es casi siempre mayor que la que hay entre los demás músicos.” Julio Cortázar le convirtió en “el perseguidor” y nosotros siempre tuvimos una vieja foto suya en todos nuestros pisos de estudiante. En efecto, retraído, apoyado en una esquina, parecía un espectro; nada extraño si su música, ah su música bailada a altas horas, suena en nuestras cabezas como una larga, eterna psicofonía.
Decía Billy Eckstine que “Bird fue el responsable de que esta música (el bebop) se tocara realmente, pero el responsable de que se escribiera fue Dizzy Gillespie.” Como en todas las revoluciones, siempre hay un grupo de genios repartiéndose las tareas (basta ver la obra de los cuatro Beatles por separado para entender qué es lo que les hizo geniales). Charlie Parker, al que todo el mundo en los años cuarenta, al menos todos los que se reunían en el entorno de los clubs Minton´s o en la Calle 52, llamaba Bird o Yardbird, imagino que por esa sonoridad a la vez cercana y huidiza. Lo explicaba Parker, a quien una vez el baterista Jo Jones le lanzó el platillo de su batería, incapaz de entender qué demonios estaba tocando: “Sí, esa noche improvisé durante mucho tiempo sobre “Cherokee”. Mientras lo hacía, me di cuenta de que, al utilizar los intervalos superiores de las armonías como línea melódica, colocando debajo armonías nuevas más o menos afines, podía tocar de repente aquello que por tanto tiempo había oído dentro de mí.Me llené de vida.” Así que Bird sabía qué música tocaría antes incluso de haberla tocado nunca y luchaba por encontrarla. Algo así se cuenta en la película Round Midnight, cuando Dale Turner ha llegado exhausto de vin rouge y alguien le dice a Francis: “Cuando cada noche has de explorar, eso puede ser terriblemente doloroso.” Y Francis asiente y sí, lo comprende. Un día hablaremos aquí de Francis Paudras. Y entonces Parker se encontró con Dizzy, con Monk, con Kenny Clarke, en fin, con todos los que formarían el jazz de vanguardia de los años cuarenta. Se cuenta que Bird pasaba largas horas por la noche viajando de metro en metro,¿ recorriendo la ciudad en busca de qué?Cuando Parker fue a Europa, le recibieron como a un genio y el pobre Bird no entendía qué les pasaba a esos europeos que le veneraban cuando en América sólo era un pobre músico negro. En Europa siempre sublimando el arte popular americano, ¿acaso no hemos hecho lo mismo con su cine? Hay una aportación psicológica de Joachim Berendt sobre la figura de Parker: “En las fotos en que aparece con otros músicos es notorio que la distancia que lo separa de los demás es casi siempre mayor que la que hay entre los demás músicos.” Julio Cortázar le convirtió en “el perseguidor” y nosotros siempre tuvimos una vieja foto suya en todos nuestros pisos de estudiante. En efecto, retraído, apoyado en una esquina, parecía un espectro; nada extraño si su música, ah su música bailada a altas horas, suena en nuestras cabezas como una larga, eterna psicofonía.
lunes, 3 de marzo de 2008
domingo, 2 de marzo de 2008
sábado, 1 de marzo de 2008
EN BUSCA DE PAUL VERLAINE
A los once años Paul Verlaine se parecía increíblemente a Artur Rimbaud, el mismo perfil erguido, el mismo corte descuidado de pelo, la misma displicencia, idéntico desdén en los ojos. Y era sólo de justicia que el destino les uniera en una relación que ha engrosado las filas del chismorreo literario desde hace un siglo. Nada de eso nos ocupará hoy, porque excepto unos cuantos poemas en los que la figura de Rimbaud se deja transparentar, Verlaine es otro tipo de poeta, más ingenuo y a la postre, si se me permite hablar así, quizá más verdadero. Recuerdo unas páginas de Valery en las que recordaba haber visto en el mismo día y en dirección a distintos cafés de París, por un lado, la figura desgarbada y faunesca, algo socrático el perfil, es verdad, de Verlaine, y por otro la atildada y pulcra de Poincaré, el gran matemático. Le parecía a Valery que en el fondo no había gran distancia mental entre uno y otro, o eso creo recordar que, más o menos, decía. Pero hay mucha verdad en ese comentario, pues en Verlaine hay algo de ese rigor científico,un rigor traducido en un profundo amor por las palabras (creo recordar también que al entrar en prisión pidió algo de leer, y al entregársele no sé qué horrible trozo de prosa, requería de sus guardias, no sin cierto patetismo, algo de buena sintaxis, pues “soy un hombre cultivado”,decía, no sé, cito de memoria). Y hace ya muchos años el profesor Senabre nos explicaba las maravillas del ritmo y las audacias fonéticas de este príncipe de las letras, siempre con aquella “canción de otoño” que extasiaba a aquel hombre estricto. Recuerdo que terminaba la lección diciendo: “Y recuerden: Pas la couleur, rien que la nuance!” (no el color, sólo el matiz). Luego nos proponía aquel librito de Rubén Darío, “Los raros” y también el de Huysmans “A contracorriente”, donde encontrábamos toda la poesía simbolista y parnasiana en los labios del sofisticado Des Esseintes. Dice Carlos Pujol sobre él: “Acompañado por jóvenes indómitos…sin saber a qué carta quedarse,…mito de la marginación, vagabundo melancólico con un fondo de cielos plomizos…grises de París, o las neblinas del Norte…” Sufragó de su bolsillo la mayor parte de sus libros, de los que apenas tiraba quinientos o seiscientos ejemplares, más o menos los mismos que le leen hoy. Pero si se aburren con los poemitas de la experiencia actuales o los de adolescentes que ganan premios ,(y aunque no sepamos francés, debe leerse en francés), les aconsejo acercarse a Verlaine. El les deparará “la hora exquisita”.
A los once años Paul Verlaine se parecía increíblemente a Artur Rimbaud, el mismo perfil erguido, el mismo corte descuidado de pelo, la misma displicencia, idéntico desdén en los ojos. Y era sólo de justicia que el destino les uniera en una relación que ha engrosado las filas del chismorreo literario desde hace un siglo. Nada de eso nos ocupará hoy, porque excepto unos cuantos poemas en los que la figura de Rimbaud se deja transparentar, Verlaine es otro tipo de poeta, más ingenuo y a la postre, si se me permite hablar así, quizá más verdadero. Recuerdo unas páginas de Valery en las que recordaba haber visto en el mismo día y en dirección a distintos cafés de París, por un lado, la figura desgarbada y faunesca, algo socrático el perfil, es verdad, de Verlaine, y por otro la atildada y pulcra de Poincaré, el gran matemático. Le parecía a Valery que en el fondo no había gran distancia mental entre uno y otro, o eso creo recordar que, más o menos, decía. Pero hay mucha verdad en ese comentario, pues en Verlaine hay algo de ese rigor científico,un rigor traducido en un profundo amor por las palabras (creo recordar también que al entrar en prisión pidió algo de leer, y al entregársele no sé qué horrible trozo de prosa, requería de sus guardias, no sin cierto patetismo, algo de buena sintaxis, pues “soy un hombre cultivado”,decía, no sé, cito de memoria). Y hace ya muchos años el profesor Senabre nos explicaba las maravillas del ritmo y las audacias fonéticas de este príncipe de las letras, siempre con aquella “canción de otoño” que extasiaba a aquel hombre estricto. Recuerdo que terminaba la lección diciendo: “Y recuerden: Pas la couleur, rien que la nuance!” (no el color, sólo el matiz). Luego nos proponía aquel librito de Rubén Darío, “Los raros” y también el de Huysmans “A contracorriente”, donde encontrábamos toda la poesía simbolista y parnasiana en los labios del sofisticado Des Esseintes. Dice Carlos Pujol sobre él: “Acompañado por jóvenes indómitos…sin saber a qué carta quedarse,…mito de la marginación, vagabundo melancólico con un fondo de cielos plomizos…grises de París, o las neblinas del Norte…” Sufragó de su bolsillo la mayor parte de sus libros, de los que apenas tiraba quinientos o seiscientos ejemplares, más o menos los mismos que le leen hoy. Pero si se aburren con los poemitas de la experiencia actuales o los de adolescentes que ganan premios ,(y aunque no sepamos francés, debe leerse en francés), les aconsejo acercarse a Verlaine. El les deparará “la hora exquisita”.
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