PRES MEETS BEAN
La historia del arte, o mejor, la historia mejor o peor contada de la creación artísitica, lleva exhibiendo su movimiento pendular desde el comienzo,un principio ya visible en el tallado de una pequeña diosa de la fertilidad en el Neolítico o en la ejecución de algunas de las figuras de Lascaux. Ese doble movimiento de ida y vuelta ostenta innúmeras variables en los episodios intermedios, pero en los límites se vanagloria de exhibir toda la gama cromática que cabe entre la mayor exhuberancia y la más grande dosis de austeridad. Así, decir que todo el arte cabe en la flecha que viaja desde Mantegna hasta Piero Della Francesca, en el silencio luminoso que hay entre Lord Chandos y Frenhofer, o en la poesía que va de Francisco de Medrano a Luis de Góngora, es una proposición difícil de verificar, pero absolutamente plena de sentido. Entre el hielo y lo monstruoso el arte.Coleman Hawkins, “Bean”, y Lester Young, “Pres” inventan el jazz para saxo tenor, hacen que el jazz de las big bands reconduzca su desarrollo para dar cabida a un instrumento que nunca antes había soñado con ser “el instrumento”. Si en la banda de Fletcher Henderson Hawkins enhebra todas las directrices que más tarde desembocarán en el bebop y después en el hard bop y el free jazz, por su parte Lester , en la banda de Count Basie,- aunque quizá ya Beiderbecke o Bud Freeman tuvieran ya algo de esa semilla-es ya todo el cool jazz y puede que parte del estilo de Charlie Parker, una mezcla exacta de ambos. Escuchar un solo de Miles Davis, Baker o Pepper conduce directamente al sonido Pres, de una pureza lineal, nunca enfática, cristalina, muy adecuada para acompañamiento vocal, como demostraría la gran Lady Day, Billie Holiday. De temperamentos muy distintos, Pres silencioso y aturdido, Bean sobrio catalizador de émulos hasta la vejez, su invisible duelo se prolonga en el tiempo y en la memoria. Cuando en 1947 Hawkins improvisa un solo de cinco minutos sobre la base armónica de su gran éxito anterior, Body and Soul, al que llama Picasso-al que por cierto se han encontrado semejanzas con la Partita en re menor de Johann Sebastián Bach para violín solo-, el saxo tenor ha encontrado su lugar definitivamente en la historia del jazz. De ahí a Sonny Rollins o Pharoah Sanders hay escasa distancia, la misma que lleva del laconismo formal de Pres al saxo alto de Konitz o el piano de Bill Evans. Lester Young se pasó la vida embriagado de casi todo, respondiendo “Lester se va”, o “ Ding-Dong”, a los esfuerzos aunadores de los jefes de banda; Hawkins se mantuvo incólume hasta el final, esgrimiendo una fuerza inalterada, un dominio único del instrumento, ayudando a los jóvenes que creían tocar “nuevo”, concepto tan inútil que Hawkins sonreía al oírlo. Escuchar a Lester Young tocar “I didn´t know what time it was”, o a Bean en “Body and Soul” reconcilia los extremos, recompensa por la pérdida de tiempo que sería elegir entre los dos ángulos del péndulo.
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