JOHN DONNE
El término “poesía isabelina” recoge en sus redes a autores que estuvieron activos entre 1558 y 1603, años que dura el reinado de Isabel I. Así, en cualquier antología de este género, es fácil encontrar a poetas tan distintos como Spenser,Sydney,Shakespeare o Donne. Entre estos, Donne es unos años más joven que Shakespeare y es justo de la generación anterior a otra cumbre, John Milton. Personalmente, creo que hay más distancia entre Sydney y Donne que entre Donne y T.S.Eliot o Gerald Manley Hopkins, pero es quizá sólo una visión informada de prejuicios modernos que nada o poco captan de la verdad de los hechos, si es que hay tal cosa. John Donne pertenece al Barroco, no una moda pasajera y europea, sino toda una forma de ver el mundo recurrente y cíclica, aunque muy distinta en los ropajes que adopta, de ahí que a veces creamos estar ante un problema nuevo cuando sólo se trata del viejo problema. En cualquier caso, Donne es representante de un modo de hacer que abusaría de los juegos de palabras, hipérboles y contradicciones, de los juegos de ingenio y sutileza verbales, algo parecido al “conceptismo” español, aunque a la vez tan lejano, pues en ello se da lo que más distingue, el “carácter”, la marca autóctona, y digo autóctona en todo su despliegue semántico. En mi opinión, Donne está más emparentado en su modo de hacer, ese incesante “aire de familia”, con la poesía trovadoresca provenzal que con Quevedo, por ejemplo. Yo oigo más a Marcabrú o, por entrar en algo no muy lejano, a Ausias March, que a Góngora. Y es que el Barroco es intemporal y renace en las cenizas exhaustas del retruécano y el oxímoron, pero no cenizas muertas, como ese Gracián nuestro, sino plenas de pasión y virtuosismo-y olviden que el virtuosismo es frío, por favor. Decía Eliot que Donne “poseía un mecanismo de sensibilidad capaz de asimilar cualquier clase de experiencias”. Para él las palabras son vehículos de indagación, medios de conocimiento donde conjugar una búsqueda a la par gnoseológica y existencial. Para mí, el verso de Donne es un modelo de elegancia e inteligencia, y como tal ha influido en toda la poesía moderna, por esa capacidad de ver el mundo a su través, una especie de catalejo paradójicamente dotado para la visión microscópica. A Donne le llamaron “metafísico”, término nada amable y sinónimo de “confuso, ridículo, raro”, y fue un poeta ya distinto, Dryden, el que así le bautizó.Pero si uno lee hoy los poemas de Carnero o los de Sarrión,nuestros contemporáneos, es fácil descubrir la sonrisa románica, esa de “lúgubre júbilo”, del poeta inglés. Poemas como “El cebo”, “La canonización”, “El entierro”, “Alquimia del amor”, llegan hasta nosotros indemnes desde allende el tiempo, cristalinos. Olvídense de los siglos y sumérjanse en las palabras;es la misma y eterna piscina que pintaban los etruscos en sus lápidas. ¿Les apetece un chapuzón?
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