CRÓNICA DE UN VERANO
JEAN ROUCH/EDGAR MORIN
ENTRE LA FICCIÓN Y LA REALIDAD
Desde los parámetros existencialistas y con lente estructuralista, Rouch/Morin nos confrontan en esta película de 1961 con un ejercicio de conocimiento fílmico en el que la palabra y el cuerpo están perfectamente imbricados. Llegar al otro, percibir al otro es un acto comprehensivo en el que el cuerpo habla y el lenguaje incorpora, gesto a gesto, todo el espectro significativo. Desde los documentales etnográficos en Africa de Rouch llegamos a un ejemplo de cine- verdad que no pretende enfrentar la realidad y la ficción, como suele el documento, sino que los pone a funcionar sin límites previos. Así el hiperrealismo de lo narrado, su exceso, degenera en abstracción; la realidad, saturada, es, a partir de cierto momento, un mero acto de maquillaje, su máscara.Y si acaso creíamos erróneamente que ser veraz era menos facticio que actuar desde unas señales, acabamos entendiendo, tras el filme de Rouch, que la mayor ficción es un prurito de veracidad. Lo verosímil, to mesotés, donde la realidad y la ficción limitan,-el arte así el fin de una manera que en Grecia lo ampara todo, desde la ética hasta la política, también un plano de significación no “a la mano”. Imaginen una de las escenas finales: quieren los actores (que ya no lo son), en un cine,-pero son actores de otra película dentro de la película,desvaídos los márgenes de realidad- ver en sus máscaras veracidad, cuando los espectadores(también actores ahora) descubren la flagrante impostura.La charla final de Rouch/Morin es ejemplar. De nada sirve querer captar la realidad mediante un instrumento que tiene en su esencia una mera capacidad reflejante. Si la cámara interviene, es ya un personaje y su percepción está condicionada por lo que ve, nunca ya mirada inocente.En el cinema veritá sólo la desnudez antirrepresentativa (un rostro del pueblo extraído por Pasolini y que simplemente mira, hierático, inefable) o la dirección absoluta (los niños de Kiarostami) pueden remedar la verosimilitud. Eso se obtiene a cambio de no extraer conocimiento, sólo arte. Kant lo dijo a la perfección: el juicio estético no dice nada del objeto. No dice nada, sólo lo representa, lo imita, lo pone a funcionar delante de los ojos en una traducción eficaz de lo real. En los múltiples espejos de la ficción anida lo real. Basta con no errar el disparo.
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