jueves, 20 de marzo de 2008

LUIS CERNUDA

Lo más probable cuando uno sigue manteniendo las mismas opiniones de hace quince años es que no se haya vuelto a pensar en ello en serio; hay en ese regreso a lo preferido, o en ese no-regreso, una buena dosis de amor propio envuelto en una gran cantidad de miedo que hacen aconsejable la precaución. No somos nunca el mismo lector, y diría incluso que la mayor de las evoluciones en un escritor es nimia comparada con los progresos del que lee, pues en un escritor el rumbo viene casi trazado en las dimensiones de la carta que maneja, y le basta con calcular la variación local y luego mirar su tablilla de desvíos para saber dónde se halla y a dónde se dirige;
en cambio, en el lector, cualquier obra puede lanzarle a una derrota imprevisible,
incalculable por imprevista. Algo así me sucedió a mí con Luis Cernuda. Desde que empecé a leerle me ha parecido sin duda el más grande poeta de su generación. Esto no obsta para que hayan cambiado algunas cosas en mi relación con sus poemas. Si algún tiempo después de conocerle, dejé de leer los libros que siempre me habían gustado (Los placeres prohibidos, Donde habite el olvido) y pasé a ocuparme de los últimos (Desolación de la quimera), también comencé a intentar entender qué le había pasado a sus poemas en el transcurso. Se habían movido desde un aire becqueriano (algo cursi a veces) a un prosaísmo desencantado, demasiado lleno de patetismo en ocasiones, grandilocuente, sin ningún humor que compensara tanto exceso. Javier Marías le describe así en su libro Miramientos: “ Es una foto de pasaporte. Aún no habría cumplido los cincuenta años. Como siempre, se lo ve cuidado, por no volver a decir estudiado…Pero en esos ojos ya no hay recelo ni dureza ni resentimiento, si acaso desengaño, acatamiento, como si se dieran cuenta de que terminó la espera y se acabó la historia…Aquí el hombre maduro se muestra como lo que siempre fue y tal vez anduvo disimulando, después y antes: un derrotado.” Creo que esa derrota no asumida perjudicó a su escritura, le hizo perder demasiado tiempo en busca de algo que no era demasiado importante, aunque quizá para él sí lo fuera, no lo sé. Dice en su poema “A mis paisanos”, del libro Desolación de la quimera:

Acaso encuentre aquí reproche nuevo:
Que ya no hablo con aquella ternura
Confiada, apacible de otros días.
Es verdad, y os lo debo, tanto como
A la edad, al tiempo, a la experiencia.
A vosotros y a ellos debo el cambio.

No es que esté mejor o peor escrito. Creo que Cernuda se equivoca. Quizá, después de todo, sólo hubo un malentendido y excesivo orgullo. Hay demasiado artificio, demasiados aires de despecho en esos últimos poemas. Terminaba así la estrofa:


………………………………..Si queréis
Que ame todavía, devolvedme
Al tiempo del amor. ¿Os es posible?
Imposible como aplacar ese fantasma que de mí evocasteis.


Lo dijo Jaime Gil de Biedma : Ay el tiempo! Ya todo se comprende.

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