UN LIBRO DEL RENACIMIENTO
En una de sus innumerables trapisondas el bachiller Lucas Trapaza, abandonado que hubo su oficio de pícaro, trabajó varios meses en la Real Biblioteca de Aranjuez, donde habría de toparse con uno de los libros más insólitos del siglo XVI español. Este librito apareció en palimpsesto en una de las obras de Vitruvio, acompañando en el mismo volumen cosido al Malleas Maleficarum, o martillo de las brujas, celebérrimo manual de inquisidores, del que ,si mis cuentas no fallan, sólo quedan dos copias en España: la de Aranjuez y otra en el Seminario Provincial de la villa de Orihuela, de donde la sacó en 1850 un estudioso alemán de nefando nombre y que sólo a regañadientes hubo de devolverla. Lucas Trapaza había oído hablar de este libro en su época de cautiverio en Tánger, incluso se dice que alcanzó cierto dominio del persa clásico y que esto le permitió perpetrar una traducción de escasa valía filológogica, pero de incalculable valor sociológico, pues nadie sabe dónde acaba acaba el original, si es que tal hubo, y dónde empieza la traducción. Esto es lo que dice el hermano Lucas, a la sazón fraile capuchino, de visita en la Asunción de Ávila, donde le habíamos dejado en apacible y amena charla con un hermano lego. Los problemas en torno a los 333 Rubbayyats son muchos. Menéndez Pelayo, en su magna obra Heteródoxos españoles, le quiere nacido en Galicia, pero Menéndez Pidal e inluso el profesor Francisco Rico le devuelven su origen lusitano. Lo único seguro es que Marcel Bataillon, en su extraordinario estudio sobre los Rubbayyats escribe en una de las primeras páginas de su “333 Rubbayyats y las disciplinas arábigas en la facultad de Salamanca hacia 1560”: Este librito incompleto de deliciosa lengua aljamiada y de improbable atribución, sé que figuraba en el recuento que se hizo de los libros presentes en la biblioteca del Marqués de Villena, hacia 1400, y también el donoso escrutinio de la biblioteca de don Quijote en la novela de Avellaneda. Creo que hasta Juan de Yepes, el futuro San Juan de la Cruz, le tuvo por favorito en su letrada juventud.” En Verdad ,incierto y sabroso libro.
miércoles, 27 de febrero de 2008
jueves, 21 de febrero de 2008
ROBERTO CALASSO
Hace ya veinte años, hacia 1998, que una amiga de mi hermana me prestó un libro
que parecía minuciosamente manoseado, página a página hojeado con un afán sin duda excesivo, como si en esas líneas se hallara la clave de cierto misterio que sólo la lectora en cuestión se atrevía a discernir. El libro se titulaba “Las bodas de Cadmo y Harmonía” y narraba un acontecimiento que supuso el fin de las relaciones entre los dioses y los hombres, el texto transido de arriba debajo de mitos una y otra vez repensados, masticados hasta la extenuación por el autor. Su nombre era Roberto Calasso. Recuerdo perfectamente que me dijo antes de prestarme el libro, “¿me lo devolverás, verdad?”, como si ya intuyera que el destino de aquellas páginas era avanzar de lector en lector sin posiblidad de retorno. Ese momento de encrucijada que es el mismo del Edipo Rey, donde un hombre inocente comete el único pecado-sería mejor decir falta-pues el concepto de pecado es posterior- que los dioses de la Antigüedad detestan al unísono,hybris, o exceso de orgullo, desmedido, allende la medida, más allá del metro. Unas semanas después, sin pretenderlo, unas gotas de café se derramaron sobre aquel libro y fue tanta la vergüenza que hice todo lo posible por no volver a cruzarme con su dueña. No pude, aunque lo intenté, conseguir otro ejemplar, y además estaba seguro de que su dueña no habría querido otro ejemplar, quería el libro, el mismo que me había prestado y que yo tan torpemente había manchado. Pecado, falta, culpa, mancha, de esa forma se unía el destino del libro al tránsito simple de las cosas. Desde ese momento Calaos se incorporó al panteón de autores preferidos y vinieron otros libros: La ruina de Kasch, Los cuarenta y nueve escalones,La literatura y los dioses, Ka, K. Este último es una de las mayores proezas en el ámbito de la hermenéutica kafkiana, pues tratando cada personaje como héroe de un mito hace de Kafka el Homero del siglo XX, el notario de su inevitable desastre. Calasso se hizo cargo de la editorial Adelphi en el año 1999 y su labor como escritor y editor ha sido sobresaliente desde entonces. Hay una entrevista en la que dialoga con Salman Rushdie y dicen esto:
Rushdie—En tus libros aparece a menudo esta extraña relación entre hombres y dioses. Al terminar "Cadmo y Armonía", hacés referencia al fin de la intervención divina en la vida de los hombres. Algo similar pasa en la mitología nórdica, a lo que por lo general se llama el crepúsculo de los dioses y es, en realidad, la caída de los dioses. Lo que está implícito es que a esto sigue una suerte de edad postdivina, la edad de los héroes, de los seres humanos. Muchas veces pensé que tal vez sea uno de los momentos en que una sociedad alcanza la madurez, ya que deja de necesitar a los dioses. Su ausencia se convierte en una ausencia necesaria para la madurez de la humanidad. Calasso—Lo que queda es la literatura. El primer período en el que se advierte esta retirada de los dioses coincide con la Odisea. Y ésta es el inicio de la literatura en Occidente. No estoy tan seguro respecto de la madurez. No estoy seguro de que la humanidad vaya madurando con el transcurso del tiempo. Por otra parte, creo que el hecho de que cada tanto los dioses reaparezcan en esos hechos extraños que definimos como literatura, es algo que pertenece a lo más recóndito de todos nosotros. Es la forma que nos resulta más cómoda, tal vez no la mejor, pero sin duda aquella en la que sentimos que respiramos con más naturalidad.
El café fue sin duda mi rama dorada.
Hace ya veinte años, hacia 1998, que una amiga de mi hermana me prestó un libro
que parecía minuciosamente manoseado, página a página hojeado con un afán sin duda excesivo, como si en esas líneas se hallara la clave de cierto misterio que sólo la lectora en cuestión se atrevía a discernir. El libro se titulaba “Las bodas de Cadmo y Harmonía” y narraba un acontecimiento que supuso el fin de las relaciones entre los dioses y los hombres, el texto transido de arriba debajo de mitos una y otra vez repensados, masticados hasta la extenuación por el autor. Su nombre era Roberto Calasso. Recuerdo perfectamente que me dijo antes de prestarme el libro, “¿me lo devolverás, verdad?”, como si ya intuyera que el destino de aquellas páginas era avanzar de lector en lector sin posiblidad de retorno. Ese momento de encrucijada que es el mismo del Edipo Rey, donde un hombre inocente comete el único pecado-sería mejor decir falta-pues el concepto de pecado es posterior- que los dioses de la Antigüedad detestan al unísono,hybris, o exceso de orgullo, desmedido, allende la medida, más allá del metro. Unas semanas después, sin pretenderlo, unas gotas de café se derramaron sobre aquel libro y fue tanta la vergüenza que hice todo lo posible por no volver a cruzarme con su dueña. No pude, aunque lo intenté, conseguir otro ejemplar, y además estaba seguro de que su dueña no habría querido otro ejemplar, quería el libro, el mismo que me había prestado y que yo tan torpemente había manchado. Pecado, falta, culpa, mancha, de esa forma se unía el destino del libro al tránsito simple de las cosas. Desde ese momento Calaos se incorporó al panteón de autores preferidos y vinieron otros libros: La ruina de Kasch, Los cuarenta y nueve escalones,La literatura y los dioses, Ka, K. Este último es una de las mayores proezas en el ámbito de la hermenéutica kafkiana, pues tratando cada personaje como héroe de un mito hace de Kafka el Homero del siglo XX, el notario de su inevitable desastre. Calasso se hizo cargo de la editorial Adelphi en el año 1999 y su labor como escritor y editor ha sido sobresaliente desde entonces. Hay una entrevista en la que dialoga con Salman Rushdie y dicen esto:
Rushdie—En tus libros aparece a menudo esta extraña relación entre hombres y dioses. Al terminar "Cadmo y Armonía", hacés referencia al fin de la intervención divina en la vida de los hombres. Algo similar pasa en la mitología nórdica, a lo que por lo general se llama el crepúsculo de los dioses y es, en realidad, la caída de los dioses. Lo que está implícito es que a esto sigue una suerte de edad postdivina, la edad de los héroes, de los seres humanos. Muchas veces pensé que tal vez sea uno de los momentos en que una sociedad alcanza la madurez, ya que deja de necesitar a los dioses. Su ausencia se convierte en una ausencia necesaria para la madurez de la humanidad. Calasso—Lo que queda es la literatura. El primer período en el que se advierte esta retirada de los dioses coincide con la Odisea. Y ésta es el inicio de la literatura en Occidente. No estoy tan seguro respecto de la madurez. No estoy seguro de que la humanidad vaya madurando con el transcurso del tiempo. Por otra parte, creo que el hecho de que cada tanto los dioses reaparezcan en esos hechos extraños que definimos como literatura, es algo que pertenece a lo más recóndito de todos nosotros. Es la forma que nos resulta más cómoda, tal vez no la mejor, pero sin duda aquella en la que sentimos que respiramos con más naturalidad.
El café fue sin duda mi rama dorada.
viernes, 8 de febrero de 2008
martes, 5 de febrero de 2008
EL RENACIMIENTO ESPAÑOL
DIÁLOGO IMAGINARIO MAS NO INVEROSÍMIL ENTRE LUCAS TRAPAZA Y UN HERMANO LEGO DEL MONASTERIO DE LA ASUNCIÓN EN ÁVILA (I)
H.L:…¿y dónde estábais a la sazón, hermano Lucas?
L.T: Me hallaba cerca de la ciudad de Medina del Campo, adonde había ido por ver si me agenciaba un jubón nuevo y algunas prendas menores de las que ahora se estilan en Nápoles y que me ha dicho un mi amigo que no las hay mejor en todo el Reino.
H.L: ¿Y qué año era?
L.T: Era el año de gracia de 1545, el mismo en que su Santidad dio principio al gran y famoso Concilio de Trento, donde se habría de extirpar la herejía de Lucero y sus secuaces. También, si no recuerdo mal, nació en esas fechas el ínclito y nunca bien ponderado Miguel de Cervantes Saavedra, autor del celebérrimo don Quijote, gloria y luz de España.
H.L: Me parece que desvariáis, hermano Lucas, pues don Miguel no nació sino en 1547, pues a la sazón tuve que allegarme a Alcalá para unos asuntillos de honra y luego mucho después le oí mentar en la universidad, donde ya anunciaba lo que luego sería.
L.T: Me parece a mí que el que desvaría sois vos. ¿Cómo iba vuesa merced a saber del nacimiento de Miguel de Cervantes, si aún no había hecho nada que anunciara su gloria ni vos teníais modo de averiguarla?
H.L: Eso es muy sencillo de replicar, hermano Lucas. ¿Os acordáis del año en que abdicó su Alteza el Emperador?
L.T.Como si fuera hoy, tal fue el dolor tan grande que me cogió por todo el cuerpo que pensé que allí mismo entregaría el alma.
H.L. Pues ya tenía 11 años el bueno de don Miguel y yo le conocí porque su madre trabajaba en la misma tahona que la mía, extramuros de la ciudad por haber sido ambas de sangre no muy limpia.
L.T. ¿Y vos estábais dónde a la muerte del Emperador?
H.L: Me hallaba yo en Lerma para unas fiestas provinciales en honor del gran Duque, a las que trajeron toda copia de comida y bebida, música y festejos. ¿Y vos?
L.T.Yo en Valladolid, donde ya llevaba cuatro años de mala vida, pero donde vi salir a la luz al Lazarillo de Tormes, en fecha del Señor de 1554.
H.L: Contadme algo de esa historia, os lo ruego, hermano Lucas, que aquí mismo tengo una jarrica de vino de Andalucía y afuera sopla el cierzo y no hay mejor cosa con que apaciguarnos los espíritus.
L.C. Os daré placer en ello.
(seguirá)
H.L:…¿y dónde estábais a la sazón, hermano Lucas?
L.T: Me hallaba cerca de la ciudad de Medina del Campo, adonde había ido por ver si me agenciaba un jubón nuevo y algunas prendas menores de las que ahora se estilan en Nápoles y que me ha dicho un mi amigo que no las hay mejor en todo el Reino.
H.L: ¿Y qué año era?
L.T: Era el año de gracia de 1545, el mismo en que su Santidad dio principio al gran y famoso Concilio de Trento, donde se habría de extirpar la herejía de Lucero y sus secuaces. También, si no recuerdo mal, nació en esas fechas el ínclito y nunca bien ponderado Miguel de Cervantes Saavedra, autor del celebérrimo don Quijote, gloria y luz de España.
H.L: Me parece que desvariáis, hermano Lucas, pues don Miguel no nació sino en 1547, pues a la sazón tuve que allegarme a Alcalá para unos asuntillos de honra y luego mucho después le oí mentar en la universidad, donde ya anunciaba lo que luego sería.
L.T: Me parece a mí que el que desvaría sois vos. ¿Cómo iba vuesa merced a saber del nacimiento de Miguel de Cervantes, si aún no había hecho nada que anunciara su gloria ni vos teníais modo de averiguarla?
H.L: Eso es muy sencillo de replicar, hermano Lucas. ¿Os acordáis del año en que abdicó su Alteza el Emperador?
L.T.Como si fuera hoy, tal fue el dolor tan grande que me cogió por todo el cuerpo que pensé que allí mismo entregaría el alma.
H.L. Pues ya tenía 11 años el bueno de don Miguel y yo le conocí porque su madre trabajaba en la misma tahona que la mía, extramuros de la ciudad por haber sido ambas de sangre no muy limpia.
L.T. ¿Y vos estábais dónde a la muerte del Emperador?
H.L: Me hallaba yo en Lerma para unas fiestas provinciales en honor del gran Duque, a las que trajeron toda copia de comida y bebida, música y festejos. ¿Y vos?
L.T.Yo en Valladolid, donde ya llevaba cuatro años de mala vida, pero donde vi salir a la luz al Lazarillo de Tormes, en fecha del Señor de 1554.
H.L: Contadme algo de esa historia, os lo ruego, hermano Lucas, que aquí mismo tengo una jarrica de vino de Andalucía y afuera sopla el cierzo y no hay mejor cosa con que apaciguarnos los espíritus.
L.C. Os daré placer en ello.
(seguirá)
THOMAS MANN
Habíamos pasado de las novelas de Hesse en la adolescencia a las de de Thomas Mann en la primera juventud con la mayor naturalidad. Del lobo estepario o Sidhharta a la logomaquia de Naphta y Settembrini por el alma tierna de Hans Castorp, y de ahí, ya sin freno, al Doctor Faustus o los Buddenbrook., habíamos recorrido un camino que quizá fuera elevándose, de paisaje en paisaje, hacia alturas de estilo o dificultad teórica, pero que a nosotros, incautos alevines de filólogo, como nos llamaba el profesor Ricardo Senabre, nos parecía lo mismo, pero mejor. La consecuencia lógica fue que de Mann se nos abriera las puerta a Musil, Broch, Werfel,Schultz,Canetti y otros. Había algo en la literatura centroeuropea que nos cautivaba por igual en aquel momento y que luego, andando el tiempo, vinimos a considerar una falla del conjunto, a saber, la excesiva dependencia de los personajes al desarrollo de unas ideas previas, como si aquellos fueran tan sólo el vehículo de expresión del artista. La Bildungroman se imponía desde todos los ángulos, lo mismo en La montaña mágica que El hombre sin atributos; igual en Doktor Faustus que en La novela de la ópera. El modo de hacer alemán alcanzaba su culminación en Muerte en Venecia, donde se va de símbolo en símbolo hasta la cólera final. Quizá si hubiéramos leído entonces a Alfred Döblin, podríamos haber intuido un camino más cercano a la novelística anglosajona, pero no lo hicimos y nuestra impresión permaneció inalterada. Y sin embargo los Buddenbrook nos fascinó, un ejemplo de literatura realista sobresaliente donde los personajes tenían por fin vida propia, vida, y no discurso, pero esa era la primera novela de Mann y ocupaba en el autor la misma posición que el Törless en Musil o el retrato del artista adolescente en Joyce. Parecía que Thomas Mann, nuestro héroe de la resistencia, el gran exiliado, el autor de los maravillosos diálogos en torno a un sanatorio prebélico, había pasado a ser sólo una enfermedad de nuestra juventud. Es posible que sea así, pero quizá sin él no habría sido posible el asalto a la gran cordillera: Proust.
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