sábado, 31 de mayo de 2008

EL CONOCIMIENTO O EL FULGOR

Es hoy razón común entre escritores jóvenes, por una parte,el desconocimiento de la tradición-los clásicos-,y por otra, una incapacidad para tomar partido por una u otra variante metodológica que concierna al proceso de creación.El abandono de la capacidad moral del poema es el primer efecto de lo anterior ( entre otras muchas cosas que uno puede leer en “El posmodernismo como lógica cultural del capitalismo tardío” de F.Jameson).No sabiendo bien a qué carta quedarse, tan pronto nos hacen llegar sus desdichas y sinsabores como nos tratan de impresionar con estrofas de concentrado sabor estoico, no vayamos a creer que en la vida sólo les interesa “estar a la última”. Estos poetas confunden la experiencia como material poético y la experiencia como hecho poético, pues es en ésta donde se halla la única posibilidad de conocimiento que el poema concede, sea este conocimiento del tipo que sea. Si la filosofía es “el curioso intersticio entre el lenguaje y el mundo”, creo que eso mismo viene siendo la poesía desde Parménides hasta Mío Cid. Un poeta muy distinto es J.A.Valente. Dice:” El acto de expresión es el acto de su conocimiento. Sólo en ese sentido me parece adquirir su auténtica dimensión la afirmación de Goethe: “la suprema, la única operación del arte consiste en dar forma”. Y acaso deba verse en ese “informar” no las múltiples recetas con que nuestros jóvenes se solazan, sino la ley, el imperativo de lo perdurable, que no es más que lo que dice Italo Calvino de los clásicos “un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”. El olvido de ese ángulo moral es quizá lo que nos ha llevado a este tenderete de poetas intercambiables que confunden la plasmación de sus “problemas” con la “solución” de problemas (formales), que al fin y al cabo es lo que significa escribir un poema. Si para Kant el problema propio de la razón pura está encerrado en la pregunta ¿cómo son posibles juicios sintéticos a priori?, para el poeta la pregunta debería ser ¿cómo son posibles juicios analíticos a posteriori?, es decir, cómo el atributo deviene milagrosamente substancia? En este contexto términos como inspiración , indagación y corrección son de una riqueza heurística intemporal. Y es que el poema no es ciencia, de la misma forma que la filosofía tampoco lo es. Y si se ha querido hacer de la filosofía la lógica de la ciencia, nada impide que, como se sabe desde Grecia, sea la poiesis la lógica del arte todo. Y esa lógica lleva implícita una moral y una episteme. Dice de nuevo Valente, “la experiencia no existe más que en el poema y no fuera de él” .Sólo desde esta absoluta inmanencia puede el poema, mucho después, aspirar a lo dialógico.Creo que hoy, cuando “comunicar” ha quedado asimilado a un perenne vertido de banalidades, es más que nunca pertinente la separación entre lo importante y las baratijas, el común parloteo del estilo,la pueril transmisión de novedades frente al fulgor que significa.

domingo, 25 de mayo de 2008

PROGRAMA Nº30

CHET BAKER MEETS ART PEPPER

Prueben a pasar una tarde con Let´s get lost, el documental de Bruce Weber en torno a Chet Baker y con Art Pepper: notas de un superviviente del jazz, a partir de un proyecto de su compañera de los últimos años. Hay una línea fina que une las peripecias de estos dos magníficos jazzmen, y no me estoy refiriendo precisamente al alcohol y las drogas, que sin duda también es un hilo conductor común; no, me estoy refiriendo a la posibilidad redentora, a la semilla de resurrección que hay dentro del amor a una forma de arte, en este caso el jazz. Ese amor transfigura todo lo que vemos en Let´s get lost (Perdámonos, un standard maravilloso en la voz de Billie), desde el rostro de yonqui deBaker en un descapotable, los ojos cerrados y el viento encima, casi como en una estampa de una pasión mística; o también en las imágenes de Art Pepper, que tras salir de la cárcel interpreta uno de sus temas preferidos bajo el impulso frenético de una reciente acpetación de los modos del más tempestuoso John Coltrane. Si seguimos al pie de la letra cada una de las frases de Baker o Pepper, de entre los matices y accidentes surge la sola línea definitiva del amor al instrumento. Desde aquel lejano solo en “My funny Valentine”, año 1952, como miembro del cuarteto de Gerry Mulligan, Baker asombró por la rotunda sinceridad de sus solos, con esa “femineidad” en el fraseo que menciona Joachim Berendt, con algo también de Bix Beiderbecke en la belleza formal de su ejecución. No hay quien olvide la fragilidad en el alambre de su voz, tan exigua y a la vez tan perfecta de matices, voz que fue disociándose de su rostro con el pasar de los años, milagro débil para el que no había silencio, al final ya, adecuado. La tradición en la que se inserta Pepper es la de los grandes contraltos: Hodges, Benny Carter o Bird, y ya en el cool jazz, la figura sobresaliente de Konitz. Art Pepper se movió entre Konitz y Parker, a veces con el lirismo del primero, otras atrapado por el blues incandescente del segundo. Las drogas que no dieron tregua jamás a Baker, concedieron a Pepper unos últimos años de paz, años en los que su música resurgió plena y de nuevo poderosa.Para Chet Baker no hubo segundas oportunidades, y quizá esa es la razón de que su voz suene a recién llegada de otro sitio, un sitio del que nunca quiso moverse.

domingo, 18 de mayo de 2008

PROGRAMA Nº29

VIAJE AL REFUGIO



Desde las semanas que van desde la aparición repentina del título, Rose-eater, comedora de rosas, en Viana do Bolo, caminando entre carballos después de un magnífico polbo a feira y un humilde pero saciante tinto de Valdeorras, hasta la noche del refugio,donde a partir de unas estrofas ya logradas emergió incólume el marlín azul de la canción, entre ambos se levantan intactos los límites del refugio. Ya un par de sábados antes, pues en mi pasado todos los acontecimientos hay que enmarcarlos ,entre sábados, que era cuando el huésped de la veintitrés-algún día hablaremos de este personaje-hacía sus breves maletas y marchaba rumbo a Salamanca-, decía que entonces, ya un par de sábados antes, Bruno nos había mostrado, de visita en el refugio, quizá aunque sin saberlo haciendo ya los preparativos para la gran noche, Bruno nos había cantado-y brotaba el sonido purísimo allá arriba, entre los castaños el vapor de las palabras- las primeras estrofas del tema, aún tanteos de lo que ya se intuía como uno de los grandes logros de nuestro cancionero privado. Cuando llegó el día, uno de esos de enero gélidos de Castilla, y después de hacer acopio de leña de encina,la mejor para durar ,de víveres y mantas, nos dirigimos sierra arriba. La noche transcurrió muy plácidamente y las canciones surtían fáciles , como si hubieran estado esperando ese ámbito privilegiado para dar lo mejor de sí mismas. Sé que esas canciones quedaron grabadas y sé que esas cintas también desaparecieron, igual que todas las anteriores. Quizá sea mejor así, quizá tuvieron que desaparecer para que hoy suenen así de ciertas en la memoria, como quería John Keats: la música oída es dulce, pero la inoída, más todavía. Tras una noche durísima de frío, arracimados los cuerpos en torno al fuego, como en el verso de Góngora, sólo aguardábamos el canto de las aves para abandonar el lugar, la llegada de la luz primera. Me hace sonreír que en nuestro deseo de dejar atrás el frío, uno de nosotros confundiera el ave de la mañana con un agorero pájaro de la madrugada,igual que Romeo cree oír al ruiseñor cuando en realidad es la alondra de la mañana y debe abandonar a Julieta. Nos despedimos del refugio y , mientras nos lavábamos la cara en una pequeña fuente, junto a la casa, sonaba en nuestras cabezas, rotunda estalagmita, la poderosa urdimbre de la comedora de rosas.

viernes, 9 de mayo de 2008

L.W.


La última proposición del Tractatus levanta una empalizada insalvable; a un lado queda el libro recién acabado con sus proposiciones en desarrollo y al otro la oscuridad de lo inefable. Y sin embargo, quizá éso último sea lo más importante, “el trasfondo sobre el cual adquiere significado lo que yo puedo expresar”. Una vez que se ha dicho lo que se puede decir, una vez resuelto el problema, del pozo emerge la respuesta inaudible de lo místico, esto es “sentir el mundo como un todo limitado”. Fuera de la cueva se halla lo ilimitado, llámese ética, estética, religión e incluso lógica, pero la lógica encuentra su enlace con el mundo en la relación especular que mantiene con las proposiciones de lo fable, y de ellas, principalmente las de las ciencias naturales; el resto es ver el mundo sub specie aeternitatis, lo inhumano, lo que no nos pertenece. “De lo que no se puede hablar mejor es callar” es la última y única proposición del Tractatus sin desarrollo, es el límite del silencio, la zona cero de lo decible: “los límites de mi lenguaje son los límites de mi pensamiento”. Eso es el Tractatus, el Evangelio según San Ludwig, tan spinoziano desde el título hasta el método, aunque carezca del despliegue lógico de Spinoza, con esa secuencia de proposiciones autoevidentes y dotadas de simplicidad y fuerza casi oracular.Visto así, hay algo de Platón y de Kant en Wittgenstein, del primero su dualismo, del segundo la busca de un suelo epistemológico, pero incluso más aún de la sequedad espiritual de los monsieurs de Port Royal, de Pascal y también de Kierkegaard. El Círculo de Viena le adoptó como pensador fetiche y los analistas lógicos le miraron con una mezcla de incredulidad y asombro. Es difícil olvidar la brillantez de diamante de sus axiomas en el Tractatus o sus largos párrafos descuidados en las Investigaciones Filosóficas; además, tiene de los maestros de verdad de la antigüedad esa escisión entre los textos exotéricos y los más íntimos, con múltiples variantes textuales, escolios y recensiones. Según él, la filosofía sólo admitía una labor terapéutica, desbrozadora, elucidatoria, pues la única solución es hacer desaparecer el problema. Sin duda fue siempre un hombre sincero y eso le da cierto sesgo romántico a su búsqueda: uno lo imagina en las trincheras encomendán- dose a Dios, leyendo a Tolstoi o escribiendo en clave en uno de sus cuadernos secretos los últimos deseos irreprimibles e impronunciables. Dice Richard Rorty en alguna parte que Wittgenstein llegó al punto de partida de Heidegger y éste al de salida de Ludwig, cerrando así el círculo de cierta filosofía alemana. Frecuentemente se habla de una palinodia, de una retractación en la obra de Wittgenstein, una salida al llano desde las alturas heladas del Tractatus.¿Qué sería esto sino la parousía, la definitiva encarnación del Verbo entre los hombres, el paso del Viejo al Nuevo Testamento? Me gusta mucho cómo lo expresa Josep Casals en su libro “Afinidades vienesas”: “Tanto en Valéry como en Wittgenstein ha habido un paso desde la eternidad del genio o la pureza del silencio(…)al presente imperfecto y cambiante de la acción: Le vent se lève. Il faut tenter de vivre.” Para mí, queda en la memoria ése “Qué altas van aquí las olas del lenguaje” escrito en las Investigaciones. Entre el orden y el naufragio anida la deriva.

sábado, 3 de mayo de 2008

PROGRAMA Nº28

ANÍBAL NÚÑEZ A LA INTEMPERIE

Hace años, en casa de Vicente Forcadell, preparando él unas copas, me espetó sonriente los dos primeros versos que yo oía de Aníbal Núñez. Me gustaría acordarme de ellos, pero lamentablemente dije “no me gustan” y los olvidé. Años más tarde, saliendo del bar-cava “El Corrillo” alguien me comentó, a la vista de Remigio Adares, un poeta local y amante de las “cátedras de piedra”, “mira, a ése le hizo Aníbal Núñez un prólogo”. Más años todavía después, encontré en una librería de Santiago los dos volúmens de la Obra poética de Aníbal Núñez en la editorial Hiperión. Por último y hace no mucho, en la biblioteca de Vicente Forcadell, poco antes de abandonar éste Salamanca, me habló una tarde de algunos amigos de su generación, entre los que incluyó, aunque mayor que él, a Aníbal Núñez, si acaso por ser parte del paisaje urbano de la Salamanca de los años 70. Hace escasas semanas he encontrado el último episodio ,por ahora, de mi relación con el poeta salmantino:" Mecánica del vuelo, en torno al poeta Aníbal Núñez", un libro en el que compañeros de viaje, estudiosos de su obra y poetas interesados en su creación, formulan algunas de las claves vitales y poéticas de su obra. Hay poetas a los que uno elige y otros que vienen a nuestro encuentro, se nos insinúan en las calles o adoptan el tono de voz de alguno de nuestros amigos. Desde aquel ya ingrato para mí “no me gustan”, he frecuentado las páginas de Aníbal Núñez, no tanto con el deseo de gustar por fin de sus poemas, sino con la pretensión insana de no haber dicho jamás aquella frase.Este poeta “al margen del margen” como lo define, Fernando R. de la Flor, cumplió la doble condición de Biedma y Blanca Andreu: se hizo poema y se vino a vivir en un Chagall. Sí, cuando el deseo y la ilusión se extinguieron, cuando quedó a las claras expuesto el engaño, Aníbal Núñez, incapaz de adaptarse a los tiempos, habitante de una ciudad que cada día desconocía más y más de memoria, se dio a la anarquía y al olvido, buscó sus doce apóstoles y malvivió lo que restaba. Si la práctica del verso no había podido anclarle al mundo, sólo quedaba, para un hombre como él, de la estirpe de Miguel Espinosa y Manoel Antonio, la deriva. Cuando muchos de sus compañeros encontraron su asidero en las refriegas del 68 o en las antologías novísimas, él, más cercano a Catulo que a Gimferrer, decidió claudicar. Su hermano Arthur Rimbaud le inspiró la idea del viaje, un viaje que él realizó a la manera de la teología negativa. Reacio a moverse de una ciudad que se había convertido en su jaula y su laberinto, Aníbal Núñez renunció a los cargos, los oficios, los horarios y el dinero, autoexpulsado de un mundo que ya no reconocía y convertido en coleccionista de ruinas, reliquias y restos de un naufragio. Esa discusión que mantiene con Agustín García Calvo, en el teatro universitario Juan del Encina,-lo cuenta de la Flor- le delata. Ya en las calles, camino del bar más cercano, oiría sonar en su cabeza mis dos versos preferidos: “Perfeccione lo inútil a lo inútil,/ no haya Edén.”